domingo, 22 de agosto de 2010

CAPÍTULO VIII (II)

- ¿Qué es lo que ha hecho buen hombre?.- le pregunté.

Abrió los ojos desmesuradamente y se aferró al cuello de mi falsas vestiduras de sacerdote.

- Le he desafiado.- dijo- He creado un artilugio que no respeta las leyes del tiempo…y por ello arderé en el infierno…- me soltó y volvió a recostarse.

- ¿Qué clase de artilugio es?- le interrogué de nuevo.

Tardó unos segundos en contestarme.

- Está a buen recaudo…nadie jamás podrá usarlo. Sé quién eres…puedo ver tus alas negras, no eres el primero que ha venido a visitarme…

Me enfurecí, no había hecho un largo viaje para que un loco que había tenido una idea brillante arruinara mis esperanzas.

- Dime dónde está…- le pedí suavemente.- Es vital para mí tenerlo.

- Eso dijo también tu hermano… no te lo daré, lo ha recibido una familia que no sabe el poder que tiene, y que estará para siempre protegida por una hermandad, cuyos miembros morirán por protegerlo, a él y al que lo posea. Ni tú ni tu hermano lo tendréis nunca...es la única forma que tengo de que Él me perdone…

- Te perdonará, es misericordioso.- intenté convencerle.

- Si lo fuera no estaríais aquí…

Tenía razón.

- Es la primera vez que le ruego a un ser humano desde que murió…- me interrumpí, no quería decir su nombre, no en aquel lugar oscuro con olor a muerte.- Te lo ruego anciano, entrégamelo, dime dónde está.

- He creado algo malvado…¿no lo entendéis? Se necesita la sangre inocente del que lo posea para que funcione…no puedo permitirlo…¿serías capaz de matar por él?

No pude menos que esbozar una sonrisa irónica.

- Anciano, si sabes quién soy sabrás que llevo a mis espaldas más muerte y sangre de la que jamás podrían imaginar tus ojos, ¿qué significaría una muerte más para mí? Mucho más si esa sangre me abre las puertas del cielo.

- Si quieres volver tendrás que buscar otro camino.- dijo jadeando, apenas quedaba vida en su cuerpo.

- Me temo que no tengo otro.- dije en voz baja.

Alargué mi mano para coger la suya, estaba fría, respiraba con mucha dificultad. No me diría dónde estaba el artilugio, no me diría nada más, se llevaría el secreto consigo a la tumba, pero ese anciano había encendido una luz de esperanza en mi vida, lo encontraría, tenía todo el tiempo del mundo para hacerlo.

- Gracias…- le dije.

- ¿Por qué? No te lo he dado…- apenas se escuchaba su voz.

- Pero me has dado esperanzas.- sonreí.- Él te perdonará…descansa en paz.

- Hay otra cosa…- susurró.

- ¿Qué otra cosa anciano?- pregunté.

Entonces exhaló su último aliento aferrado a mi mano. Ya nunca lo sabría. Maldije interiormente.

Esa misma noche inicié mi búsqueda, nada ni nadie me apartaría de ella, ni siquiera mi hermano. He dedicado mis energías y mis esfuerzos a encontrarlo, y ahora, dos siglos después siento que estoy tan cerca, que queda tan poco…

2 comentarios:

  1. Hmmmmmmmmmmmmm................

    Esto no se hace!!!!!!!!!! Ayyy, mirar que morir este pobre anciano sin decirle esa otra cosa... Jooooo!

    Besitos y espero ansiosa la próxima entrega ;)
    Arantxa.

    ResponderEliminar
  2. cada vez más interesante... es genial!! :)

    ResponderEliminar