miércoles, 20 de octubre de 2010

Capítulo XI (II)

Altair se quedó solo, más sólo que nunca en su vida desde que esta había comenzado, cuando su hermano se alejó después de aquellas durísimas palabras, había tenido la esperanza de que le entendería y le apoyaría, sin embargo no había podido estar más equivocado al respecto. De pronto sintió la rabia subiendo a su corazón desde lo más profundo,¿ quién se creía su hermano qué era, cómo podía juzgarle tan duramente, cómo se atrevía siquiera? Apenas podía creerlo.

Poco después tuvo lugar la caída de Altair a la Tierra, todos los ángeles supieron enseguida la noticia y se entristecieron con ella, siempre era algo triste perder a un hermano, sobre todo a uno tan querido y tan alegre como él. Todos los ángeles menos uno sintieron el dolor de la pérdida. Él sólo sintió rencor por el abandono.

Irónicamente, ese mismo ángel más tarde seguiría al primero hacia el mismo destino. Fue entonces cuando le entendió, entendió que el sentimiento del amor que había arrastrado a su hermano a la caída era el mismo que le había arrastrado a él, y ese odio y rencor acumulado durante tanto tiempo despareció con esa comprensión.

Muchos siglos después de la muerte de la Reina decidió buscar a su hermano, hablar con él, pedirle perdón por haberle tratado tan duramente en un pasado ya tan lejano. Juntos podrían trazar un plan para regresar, para volver a casa junto con los suyos, ahora que por fin había conseguido perdonarse por haber sido tan frío con él, y poder también ver por última vez a su Reina. Encontrar a Altair sin embargo no fue tarea fácil, pero finalmente dio con él un soleado día de un mes de Septiembre.

El sol brillaba alto, era mediodía, y arrancaba destellos dorados de la cabellera de Altair, quien se encontraba trabajando en sus aperos de pesca en la cubierta de un elegante velero, en el puerto de Plymouth, Inglaterra.

- Hola Altair.- dijo quitándose el sombrero.

El ángel rubio contestó sin ni siquiera apartar la vista de su trabajo.

- No me vuelvas a llamar por ese nombre.- dijo con voz fría como el hielo.

- Tampoco puedo llamarte hermano, así que, dime ¿cómo he de llamarte?

Finalmente dejó los aperos a un lado y se levantó, para enfrentar a su hermano.

- Mejor dime tú, ¿qué haces aquí?- preguntó.

- He venido a hablar contigo.- dijo el ángel de los cabellos negros.

- No tengo nada que hablar contigo, por lo que a mí respecta ni siquiera te conozco.

- Entiendo que me odies…

- ¿Odiarte? No te des tanta importancia.- le interrumpió con una sonrisa irónica.

- Bonito barco, ¿es tuyo?- dijo dando un giro a la conversación.

- Toda la compañía es mía. Pero eso ya lo sabías, no? ¿A qué has venido?

Su hermano desvió la vista hacia el mar.

- Te he estado buscando mucho tiempo…he venido para decirte que estaba equivocado, que tú tenías razón. Me avergüenza la forma en que te traté, no te comprendí, pero debí apoyarte, eras mi hermano.

- Qué conmovedor…y todo esto sólo te ha costado varios siglos, qué maravilla…- volvió a reír irónicamente.

- ¿No has pensado nunca en volver?- preguntó el ángel de los ojos negros.

- Ni por un momento.- contestó el otro.- No hay nada allí para mí…ni para ti.

El ángel moreno apartó la vista del mar y le dedicó una mirada incrédula a su hermano.

- ¿Cómo puedes decir eso?- preguntó asombrado.

- ¿Acaso no es verdad…”hermano”?- esta última palabra la pronunció cargada de sarcasmo- Somos proscritos, exiliados, la vergüenza de los nuestros y de nuestro Padre…tú mismo lo dijiste, si caes no podrás volver.

- Juntos podemos buscar el camino.

- Así que a eso has venido, quieres que te ayude a volver.

- No, quiero que volvamos juntos. Tú y yo, como antes.

Su hermano se echó a reír, una auténtica carcajada que resonó por todo el barco y llamó la atención de algunos hombres que estaban trabajando en la zona más alejada de la cubierta en ese momento.

- Debes ser muy ingenuo si has venido aquí pensando en que te perdonaría y lo olvidaría todo…olvídalo “hermano”. No quiero volver, soy feliz entre los humanos, a diferencia de ti yo no me equivoqué en mi decisión.

- ¿En qué momento se volvió tan duro tu corazón?- preguntó el moreno.

- En el mismo en el que mi “hermano” me dio la espalda.- respondió el de los ojos azules.

- Veo que he perdido mi tiempo al venir aquí, es inútil hablar contigo, estás lleno de rencor.

Y entonces se dio la vuelta para dejar el barco. Cuando puso los pies en tierra firme el ángel rubio se despidió de él con una amenaza.

- Jamás volverás, y si alguna vez tienes la mínima oportunidad de conseguirlo allí estaré yo para impedirlo.

El ángel moreno se caló el sombrero en la cabeza, sonrió tristemente y se despidió de su antaño adorado hermano.

- Adiós Altair.- le dijo.

- Adiós Alastor.- respondió el otro.

Volverían a transcurrir siglos antes de que los hermanos volvieran a encontrarse.


domingo, 3 de octubre de 2010

CAPÌTULO XI: Pensamientos de un Angel

Iban a ser los meses más difíciles de los últimos dos siglos, estaba tan cerca… pero cualquier paso en falso daría al traste con todo. A veces ella parecía tan frágil cuando me acercaba, iba a ser muy fácil seducirla, leerle las emociones nunca había sido tan sencillo con ningún ser humano, esta era una habilidad que no había perdido con la caída, y que siempre le había dado ventaja frente a los humanos, sólo tenía que tocar a uno para saber qué estaba sintiendo, y ella era mejor que un libro abierto, pero por otra parte había algo que le inquietaba y que no conseguía sacar de su cabeza, y es que ella le había visto antes de aquella noche, no sabía cómo ni dónde, pero su primera reacción le dijo que ella le había visto antes, tendría que averiguarlo más adelante, cuando ella confiara plenamente en él.

Hasta el momento todo el plan exquisitamente elaborado iba sobre ruedas, incluso mejor de lo que había pensado, ese tonto le había facilitado las cosas más de lo que él mismo podría imaginarse, aunque por otro lado convenía no perderle de vista, sospechaba de él, podría ser uno de los protectores, o aún peor, uno de los que al igual que él buscaban obtener el artilugio, pero para fines distintos, muy distintos.

Cuando el anciano que creó el artilugio que le dio sentido a su vida murió revelándole cierta parte de la información, él se propuso conocer el resto por su cuenta, tenía que saber a qué se enfrentaba, y cómo debía hacerlo.

Tras intensos años de investigación sobre aquella secreta hermandad de la que el anciano le había hablado, supo que ellos eran efectivamente los encargados de proteger y saber siempre en qué lugar se encontraba el artilugio, su misión era tan secreta que ni los mismos portadores sabían de su existencia, como tampoco del poder del objeto que heredaban de generación en generación, siempre por la línea femenina de la familia, para ellos no era más que una hermosa herencia. Estos protectores se camuflaban entre sus amistades, círculos sociales, socios, compañeros de trabajo,…casi siempre rodeaban al portador sin que este jamás sospechara lo más mínimo, a veces él conseguía identificarles, otras era imposible.

Pero habían más manos detrás del valioso objeto, y también de ello tuvo él noticias al poco tiempo. Paralelamente a la Hermandad protectora surgió una oscura, con negros y tenebrosos propósitos, liderada por una criatura desterrada tanto del cielo como del infierno, una criatura vil, débil, traicionera, cuyo poder residía en el terror que inspiraba a aquellos que le seguían, y al mismo tiempo en las falsas promesas con las que los atraía hacia él, que les hacía imposible apartarse de su camino, y en cuyas manos el objeto podría desencadenar consecuencias imposibles de imaginar, y que al igual que él la buscaba a toda costa. Ese era su mayor temor, que el objeto acabase en esas retorcidas manos. Cada día rogaba vanamente a Dios para que eso no ocurriera, aunque sabía que Dios hacía tiempo que había dejado de escucharle. Temía que aquel hombre perteneciera a esta última Hermandad oscura, y si así era había estado terriblemente cerca de ella…un escalofrío le recorrió la espalda al pensarlo.

Ella. Jamás habría pensado que cuando finalmente diera con el artilugio estaría en manos de tan deliciosa criatura. No le había hecho falta mucho tiempo para saber que era especial, ni siquiera olía igual que los demás humanos, poseía una esencia tan distinta como la que tenía…no, mejor no pensar aún en la Reina, todavía no. Pero a pesar de sí mismo tuvo que reconocer que ella le había hecho sentir momentos incómodos en apenas un día, cada vez que la tocaba no sólo sabía sus emociones, sino que también sentía la sacudida eléctrica que la recorría tanto a ella como a él, y eso jamás le había pasado en todos los años que llevaba en la Tierra, era inquietante. Como también era inquietante que no hubiera podido evitar mirar y admirar su cuerpo con aquel pijama de seda, había sido un error que no podía permitirse volver a cometer, él tenía que seducirla a ella, no al contrario, sería imperdonable. Aún así tenía que admitir que iba a disfrutar mucho con esa tarea, probablemente era la única con la que estaría a gusto, ya que tarde o temprano sabía que tendría que herirla, no le gustaba, pero era necesario si quería tener éxito en sus planes que no se encariñase con ella, ni con sus inocentes ojos dorados, su dorada piel, la cascada de su pelo, el sonido de su risa,…

- ¡Maldición!- dijo para sí mismo en voz alta.

Sería mejor que pensara en otra cosa que no fuera la tentadora criatura que dormía al otro lado del pasillo, en más de dos mil años ninguna mujer le había conmovido tanto como esta en apenas unas horas, pero por mucho que la deseara jamás tocaría su corazón.

Fue al baño y se dio una larga ducha para distraerse, pero en vez de eso otro nombre llenó su cabeza. Altair, su hermano, quien también andaba tras el artilugio. No recordaba la última vez que le había visto, quizá justo antes de su encuentro con el anciano. No sabía cuánto conocía su hermano sobre todo lo que le había contado el anciano aquella noche en Florencia antes de morir.

Altair era lo más parecido a un hermano gemelo que un ángel podía tener, en el sentido de que ambos habían sido creados en el mismo momento, a partir de la misma esencia, compartían la misma armonía corporal, eran hermosos, pero ahí acababa todo su parecido, pues Altair era de cabellos rubios como el sol y ojos color del acero azul. Desde el principio de su creación quedó claro que, si bien se amaban el uno al otro como hermanos, eran tan diferentes entre sí como el color de sus ojos. Altair era una criatura celestial mucho más terrenal que su hermano, adoraba a los seres humanos, era feliz cuando servía a Dios entre ellos más que cuando pasaba el tiempo en el cielo, era risueño, alegre, bromista, bondadoso…pero cuanto más tiempo pasaba cerca de los humanos más los envidiaba, y más deseaba ser uno de ellos, encontraba sus vidas, sentimientos y experiencias fascinantes, y comenzó a sentir un vacío en su existencia, pero su amor por sus hermanos y su padre frenaba este deseo.

Pero por más que intentaba reprimir esa ansia que crecía y llenaba su interior, ésta lejos de disminuir aumentaba, y afectaba a su alegre carácter, a sus ojos ya no asomaba esa chispa feliz de antaño, sino que mostraban tristeza y melancolía, y a veces incluso desesperación. Cada vez era más intenso el deseo de morar entre los humanos.
Un día, mientras paseaban viendo una puesta de sol, confesó este anhelo a su más querido hermano, quien le reprochó su conducta y le reprendió por su falta de fidelidad para con los suyos.

- ¿Es que has perdido el juicio?- gritó su hermano.

Altair guardaba silencio, la mirada baja.

- No puedo creer que lo estés considerando en serio. ¡Di algo Altair!

- ¿Para qué?- preguntó en voz baja.- Jamás me entenderías.

- No, tienes razón, jamás te entendería, ¿y sabes por qué? Porque soy tu hermano, somos tu familia, y tú hablas de traicionarnos por unos seres inferiores a nosotros.

- ¡Son la obra de Dios!, ¿cómo puedes considerarlos inferiores?.

- ¿Cómo puedo? Son frágiles, mortales, caprichosos, codiciosos, volubles,…¿quieres que siga?

- Dios los ama.- replicó el ángel rubio.

- Dios nos ama a todos hermano.

- Entonces Dios me seguirá amando cuando viva entre ellos.

- No si le traicionas.

- ¿Es traición querer vivir entre sus hijos mortales?- preguntó Altair.

- Es traición dar la espalda a los tuyos, a tu hermano más querido, y sobre todo a tu Padre Creador, quien te ha dado la vida. Altair, has perdido a cabeza, no sabes lo que dices.

- No puedo quedarme más hermano, ya he tomado mi decisión, voy a caer.- sentenció, los ojos azules brillando más fríos que nunca con desafío.

- Si lo haces no podrás volver…nunca.

- Ven conmigo.- dijo repentinamente.

Su hermano cerró los ojos unos segundos, se pasó una mano por los cabellos. Finalmente los abrió para contestarle.

- Estás loco, si te vas dejarás de ser mi hermano Altair, me avergüenzas, te rechazo, no te conozco, no sé quién eres.- fueron las duras palabras que sellaron aquella despedida entre los hermanos, y pusieron fin a todo el amor que se habían tenido alguna vez.

El ángel de los ojos negros como la noche le dio la espalda al que por mucho tiempo había sido su hermano más querido en el Reino de los Cielos, sin ni siquiera volver la vista atrás.