lunes, 3 de enero de 2011

CAPÍTULO XII: Nueva Etapa


La alarma del teléfono sonó justo a las cinco de la madrugada. La apagué y me di la vuelta en la cama, transcurrieron al menos diez segundos hasta que mi adormilada mente se dio cuenta de que no estaba en casa, ni era hora de ir a la oficina. Estaba en La Mer, y tenía exactamente unos diez minutos para darme una ducha y vestirme antes de que me subieran el desayuno. Pensar en él hizo que mi estómago también se despertara, no entendía cómo, pero tenía hambre.

De forma mecánica me despegué de la cama y me fui al baño a darme esa ducha que necesitaba para acabar de despertar, aunque por primera vez en mucho tiempo no recordaba ni qué había soñado.

Me sobraron al menos un par de minutos, un buen tiempo récord, aunque me faltaba maquillarme un poco y acabar de peinarme, pero unos toquecitos sonaron en mi puerta. ¡Ese era mi desayuno! Mi estómago rugió. Fui corriendo a abrir la puerta, y sí, era mi desayuno, pero lo traía Ash, y ya estaba totalmente listo para el viaje.

- Buenos días, ¿o es pronto aún?- saludó.

- Buenos días.- contesté.

- ¿Desayunas conmigo?- preguntó.

Quién podría decirle que no.

- Claro, pasa.- dije haciendo un ademán con la mano hacia el interior de la habitación.- Dame cinco minutos y estaré lista.

- Bien, iré sirviendo el café.

Mientras Ash acomodaba el desayuno en la mesita de mi habitación yo acabé rápidamente de arreglarme en el baño.

- Siento haberte hecho esperar.- me disculpé.

- Ha merecido la pena Athena- sonrió.- ¿Qué hombre no esperaría para desayunar con una bella mujer?

De nuevo el calor en mis mejillas, bajé la mirada al suelo y fui a meter en la maleta el neceser con los cosméticos, con la esperanza de que se me pasara la vergüenza.

Él ya estaba sentado en la mesita esperándome a mí, su gran tamaño hacía que mesa y sillas parecieran aún más pequeñas.

- ¿Qué pasa Athena?- preguntó.

Salí de mis tontos pensamientos.

- Nada, ¿desayunamos?

No hablamos mucho, pero tampoco me sentí incómoda. En cuanto acabamos un empleado del hotel vino a por nuestras maletas y se las llevó a la limusina, la cual había que decir era impresionante, imaginé que naturalmente pertenecía también a Ash, dudaba que este hombre alquilase limusinas.

Durante el tiempo que duró el trayecto Ash me explicó sobre la reunión que mantendría en Nueva York, estaba en negociaciones para comprar una empresa energética que estaba a punto de quebrar, pero al parecer se le resistía, mi labor era más bien diplomática, me explicó, estaba seguro de que con mi presencia los empresarios se ablandarían y estarían más dispuestos a hacer negocios con él. Me puso al tanto de todo lo que debía saber sobre la empresa y sus intenciones con ella, el plan consistía en intervenir en ciertos momentos clave de la reunión, es decir, el objetivo era que pareciera una experta en la materia, aunque en realidad no tenía ni idea. No sabía si resultaría, pero la verdad es que me sentía un poco fuera de lugar con este nuevo trabajo, no sabía cómo saldría, o si lo haría bien, pero Ash parecía verme capaz, y confiaba en mí.

- La cuestión Athena es, no lo que debes saber y realmente no sabes, sino lo que debes aparentar que sabes, es lo que ellos necesitan, eres la chispa que necesito para que cambien de opinión y pongan esa empresa en mis manos, eres mi encantadora de serpientes.- me dijo justo antes de subir al avión.

La verdad, no sabía cómo tomármelo, era un reto en sí, pero jamás había trabajado en algo tan distinto de lo mío.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Capítulo XI (II)

Altair se quedó solo, más sólo que nunca en su vida desde que esta había comenzado, cuando su hermano se alejó después de aquellas durísimas palabras, había tenido la esperanza de que le entendería y le apoyaría, sin embargo no había podido estar más equivocado al respecto. De pronto sintió la rabia subiendo a su corazón desde lo más profundo,¿ quién se creía su hermano qué era, cómo podía juzgarle tan duramente, cómo se atrevía siquiera? Apenas podía creerlo.

Poco después tuvo lugar la caída de Altair a la Tierra, todos los ángeles supieron enseguida la noticia y se entristecieron con ella, siempre era algo triste perder a un hermano, sobre todo a uno tan querido y tan alegre como él. Todos los ángeles menos uno sintieron el dolor de la pérdida. Él sólo sintió rencor por el abandono.

Irónicamente, ese mismo ángel más tarde seguiría al primero hacia el mismo destino. Fue entonces cuando le entendió, entendió que el sentimiento del amor que había arrastrado a su hermano a la caída era el mismo que le había arrastrado a él, y ese odio y rencor acumulado durante tanto tiempo despareció con esa comprensión.

Muchos siglos después de la muerte de la Reina decidió buscar a su hermano, hablar con él, pedirle perdón por haberle tratado tan duramente en un pasado ya tan lejano. Juntos podrían trazar un plan para regresar, para volver a casa junto con los suyos, ahora que por fin había conseguido perdonarse por haber sido tan frío con él, y poder también ver por última vez a su Reina. Encontrar a Altair sin embargo no fue tarea fácil, pero finalmente dio con él un soleado día de un mes de Septiembre.

El sol brillaba alto, era mediodía, y arrancaba destellos dorados de la cabellera de Altair, quien se encontraba trabajando en sus aperos de pesca en la cubierta de un elegante velero, en el puerto de Plymouth, Inglaterra.

- Hola Altair.- dijo quitándose el sombrero.

El ángel rubio contestó sin ni siquiera apartar la vista de su trabajo.

- No me vuelvas a llamar por ese nombre.- dijo con voz fría como el hielo.

- Tampoco puedo llamarte hermano, así que, dime ¿cómo he de llamarte?

Finalmente dejó los aperos a un lado y se levantó, para enfrentar a su hermano.

- Mejor dime tú, ¿qué haces aquí?- preguntó.

- He venido a hablar contigo.- dijo el ángel de los cabellos negros.

- No tengo nada que hablar contigo, por lo que a mí respecta ni siquiera te conozco.

- Entiendo que me odies…

- ¿Odiarte? No te des tanta importancia.- le interrumpió con una sonrisa irónica.

- Bonito barco, ¿es tuyo?- dijo dando un giro a la conversación.

- Toda la compañía es mía. Pero eso ya lo sabías, no? ¿A qué has venido?

Su hermano desvió la vista hacia el mar.

- Te he estado buscando mucho tiempo…he venido para decirte que estaba equivocado, que tú tenías razón. Me avergüenza la forma en que te traté, no te comprendí, pero debí apoyarte, eras mi hermano.

- Qué conmovedor…y todo esto sólo te ha costado varios siglos, qué maravilla…- volvió a reír irónicamente.

- ¿No has pensado nunca en volver?- preguntó el ángel de los ojos negros.

- Ni por un momento.- contestó el otro.- No hay nada allí para mí…ni para ti.

El ángel moreno apartó la vista del mar y le dedicó una mirada incrédula a su hermano.

- ¿Cómo puedes decir eso?- preguntó asombrado.

- ¿Acaso no es verdad…”hermano”?- esta última palabra la pronunció cargada de sarcasmo- Somos proscritos, exiliados, la vergüenza de los nuestros y de nuestro Padre…tú mismo lo dijiste, si caes no podrás volver.

- Juntos podemos buscar el camino.

- Así que a eso has venido, quieres que te ayude a volver.

- No, quiero que volvamos juntos. Tú y yo, como antes.

Su hermano se echó a reír, una auténtica carcajada que resonó por todo el barco y llamó la atención de algunos hombres que estaban trabajando en la zona más alejada de la cubierta en ese momento.

- Debes ser muy ingenuo si has venido aquí pensando en que te perdonaría y lo olvidaría todo…olvídalo “hermano”. No quiero volver, soy feliz entre los humanos, a diferencia de ti yo no me equivoqué en mi decisión.

- ¿En qué momento se volvió tan duro tu corazón?- preguntó el moreno.

- En el mismo en el que mi “hermano” me dio la espalda.- respondió el de los ojos azules.

- Veo que he perdido mi tiempo al venir aquí, es inútil hablar contigo, estás lleno de rencor.

Y entonces se dio la vuelta para dejar el barco. Cuando puso los pies en tierra firme el ángel rubio se despidió de él con una amenaza.

- Jamás volverás, y si alguna vez tienes la mínima oportunidad de conseguirlo allí estaré yo para impedirlo.

El ángel moreno se caló el sombrero en la cabeza, sonrió tristemente y se despidió de su antaño adorado hermano.

- Adiós Altair.- le dijo.

- Adiós Alastor.- respondió el otro.

Volverían a transcurrir siglos antes de que los hermanos volvieran a encontrarse.


domingo, 3 de octubre de 2010

CAPÌTULO XI: Pensamientos de un Angel

Iban a ser los meses más difíciles de los últimos dos siglos, estaba tan cerca… pero cualquier paso en falso daría al traste con todo. A veces ella parecía tan frágil cuando me acercaba, iba a ser muy fácil seducirla, leerle las emociones nunca había sido tan sencillo con ningún ser humano, esta era una habilidad que no había perdido con la caída, y que siempre le había dado ventaja frente a los humanos, sólo tenía que tocar a uno para saber qué estaba sintiendo, y ella era mejor que un libro abierto, pero por otra parte había algo que le inquietaba y que no conseguía sacar de su cabeza, y es que ella le había visto antes de aquella noche, no sabía cómo ni dónde, pero su primera reacción le dijo que ella le había visto antes, tendría que averiguarlo más adelante, cuando ella confiara plenamente en él.

Hasta el momento todo el plan exquisitamente elaborado iba sobre ruedas, incluso mejor de lo que había pensado, ese tonto le había facilitado las cosas más de lo que él mismo podría imaginarse, aunque por otro lado convenía no perderle de vista, sospechaba de él, podría ser uno de los protectores, o aún peor, uno de los que al igual que él buscaban obtener el artilugio, pero para fines distintos, muy distintos.

Cuando el anciano que creó el artilugio que le dio sentido a su vida murió revelándole cierta parte de la información, él se propuso conocer el resto por su cuenta, tenía que saber a qué se enfrentaba, y cómo debía hacerlo.

Tras intensos años de investigación sobre aquella secreta hermandad de la que el anciano le había hablado, supo que ellos eran efectivamente los encargados de proteger y saber siempre en qué lugar se encontraba el artilugio, su misión era tan secreta que ni los mismos portadores sabían de su existencia, como tampoco del poder del objeto que heredaban de generación en generación, siempre por la línea femenina de la familia, para ellos no era más que una hermosa herencia. Estos protectores se camuflaban entre sus amistades, círculos sociales, socios, compañeros de trabajo,…casi siempre rodeaban al portador sin que este jamás sospechara lo más mínimo, a veces él conseguía identificarles, otras era imposible.

Pero habían más manos detrás del valioso objeto, y también de ello tuvo él noticias al poco tiempo. Paralelamente a la Hermandad protectora surgió una oscura, con negros y tenebrosos propósitos, liderada por una criatura desterrada tanto del cielo como del infierno, una criatura vil, débil, traicionera, cuyo poder residía en el terror que inspiraba a aquellos que le seguían, y al mismo tiempo en las falsas promesas con las que los atraía hacia él, que les hacía imposible apartarse de su camino, y en cuyas manos el objeto podría desencadenar consecuencias imposibles de imaginar, y que al igual que él la buscaba a toda costa. Ese era su mayor temor, que el objeto acabase en esas retorcidas manos. Cada día rogaba vanamente a Dios para que eso no ocurriera, aunque sabía que Dios hacía tiempo que había dejado de escucharle. Temía que aquel hombre perteneciera a esta última Hermandad oscura, y si así era había estado terriblemente cerca de ella…un escalofrío le recorrió la espalda al pensarlo.

Ella. Jamás habría pensado que cuando finalmente diera con el artilugio estaría en manos de tan deliciosa criatura. No le había hecho falta mucho tiempo para saber que era especial, ni siquiera olía igual que los demás humanos, poseía una esencia tan distinta como la que tenía…no, mejor no pensar aún en la Reina, todavía no. Pero a pesar de sí mismo tuvo que reconocer que ella le había hecho sentir momentos incómodos en apenas un día, cada vez que la tocaba no sólo sabía sus emociones, sino que también sentía la sacudida eléctrica que la recorría tanto a ella como a él, y eso jamás le había pasado en todos los años que llevaba en la Tierra, era inquietante. Como también era inquietante que no hubiera podido evitar mirar y admirar su cuerpo con aquel pijama de seda, había sido un error que no podía permitirse volver a cometer, él tenía que seducirla a ella, no al contrario, sería imperdonable. Aún así tenía que admitir que iba a disfrutar mucho con esa tarea, probablemente era la única con la que estaría a gusto, ya que tarde o temprano sabía que tendría que herirla, no le gustaba, pero era necesario si quería tener éxito en sus planes que no se encariñase con ella, ni con sus inocentes ojos dorados, su dorada piel, la cascada de su pelo, el sonido de su risa,…

- ¡Maldición!- dijo para sí mismo en voz alta.

Sería mejor que pensara en otra cosa que no fuera la tentadora criatura que dormía al otro lado del pasillo, en más de dos mil años ninguna mujer le había conmovido tanto como esta en apenas unas horas, pero por mucho que la deseara jamás tocaría su corazón.

Fue al baño y se dio una larga ducha para distraerse, pero en vez de eso otro nombre llenó su cabeza. Altair, su hermano, quien también andaba tras el artilugio. No recordaba la última vez que le había visto, quizá justo antes de su encuentro con el anciano. No sabía cuánto conocía su hermano sobre todo lo que le había contado el anciano aquella noche en Florencia antes de morir.

Altair era lo más parecido a un hermano gemelo que un ángel podía tener, en el sentido de que ambos habían sido creados en el mismo momento, a partir de la misma esencia, compartían la misma armonía corporal, eran hermosos, pero ahí acababa todo su parecido, pues Altair era de cabellos rubios como el sol y ojos color del acero azul. Desde el principio de su creación quedó claro que, si bien se amaban el uno al otro como hermanos, eran tan diferentes entre sí como el color de sus ojos. Altair era una criatura celestial mucho más terrenal que su hermano, adoraba a los seres humanos, era feliz cuando servía a Dios entre ellos más que cuando pasaba el tiempo en el cielo, era risueño, alegre, bromista, bondadoso…pero cuanto más tiempo pasaba cerca de los humanos más los envidiaba, y más deseaba ser uno de ellos, encontraba sus vidas, sentimientos y experiencias fascinantes, y comenzó a sentir un vacío en su existencia, pero su amor por sus hermanos y su padre frenaba este deseo.

Pero por más que intentaba reprimir esa ansia que crecía y llenaba su interior, ésta lejos de disminuir aumentaba, y afectaba a su alegre carácter, a sus ojos ya no asomaba esa chispa feliz de antaño, sino que mostraban tristeza y melancolía, y a veces incluso desesperación. Cada vez era más intenso el deseo de morar entre los humanos.
Un día, mientras paseaban viendo una puesta de sol, confesó este anhelo a su más querido hermano, quien le reprochó su conducta y le reprendió por su falta de fidelidad para con los suyos.

- ¿Es que has perdido el juicio?- gritó su hermano.

Altair guardaba silencio, la mirada baja.

- No puedo creer que lo estés considerando en serio. ¡Di algo Altair!

- ¿Para qué?- preguntó en voz baja.- Jamás me entenderías.

- No, tienes razón, jamás te entendería, ¿y sabes por qué? Porque soy tu hermano, somos tu familia, y tú hablas de traicionarnos por unos seres inferiores a nosotros.

- ¡Son la obra de Dios!, ¿cómo puedes considerarlos inferiores?.

- ¿Cómo puedo? Son frágiles, mortales, caprichosos, codiciosos, volubles,…¿quieres que siga?

- Dios los ama.- replicó el ángel rubio.

- Dios nos ama a todos hermano.

- Entonces Dios me seguirá amando cuando viva entre ellos.

- No si le traicionas.

- ¿Es traición querer vivir entre sus hijos mortales?- preguntó Altair.

- Es traición dar la espalda a los tuyos, a tu hermano más querido, y sobre todo a tu Padre Creador, quien te ha dado la vida. Altair, has perdido a cabeza, no sabes lo que dices.

- No puedo quedarme más hermano, ya he tomado mi decisión, voy a caer.- sentenció, los ojos azules brillando más fríos que nunca con desafío.

- Si lo haces no podrás volver…nunca.

- Ven conmigo.- dijo repentinamente.

Su hermano cerró los ojos unos segundos, se pasó una mano por los cabellos. Finalmente los abrió para contestarle.

- Estás loco, si te vas dejarás de ser mi hermano Altair, me avergüenzas, te rechazo, no te conozco, no sé quién eres.- fueron las duras palabras que sellaron aquella despedida entre los hermanos, y pusieron fin a todo el amor que se habían tenido alguna vez.

El ángel de los ojos negros como la noche le dio la espalda al que por mucho tiempo había sido su hermano más querido en el Reino de los Cielos, sin ni siquiera volver la vista atrás.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Capítulo X (III)

El empleado se alejó por el pasillo dejándonos solos, por un momento fui consciente de que era la primera vez que estaba totalmente sola con él, no había nadie conocido en kilómetros a la redonda, y él estaba tan sólo a una puerta de distancia…su voz me sacó de mis pensamientos.

- ¿Te preocupa algo?- preguntó.

- No…nada.- era una verdad a medias.- Imagino que es el cansancio…y las sorpresas de esta noche.- sonreí.

- Entonces te deseo buenas noches Athena, que descanses. Tienes todo lo que te he dicho en tu habitación, si falta algo ya sabes dónde encontrarme.- me guiñó un ojo. Se me aceleró el pulso.

- Buenas noches.- y entré en mi habitación cerrando la puerta detrás de mí antes de que él pudiera ver el rubor en mi cara.

La habitación estaba algo fría para mi gusto, así que lo primero que hice fue buscar el climatizador y subir un poco la temperatura. Era encantadora, rústica, acogedora, con una gran cama de cuatro postes en el centro de la misma, siempre había querido dormir en una. Sobre ella estaba una pequeña maleta y un neceser, en su interior no faltaba nada de lo que Ash había prometido durante la cena, era una tontería, pero me hizo sentir segura, ni siquiera sabía muy bien qué tenía que hacer al día siguiente como nueva empleada de él, pero lo que fuera quería hacerlo bien vestida y bien calzada. Junto a la nueva maleta había un bonito pijama color natural de dos piezas, pantalón corto y camiseta. De pronto me sentí muy cansada, quizá las emociones del día me habían dejado agotada, parecía mentira que por la mañana le estuviera preguntando a Luz por Ash y que ahora lo tuviera a apenas escasos metros de mí, era un poco surrealista. Sería mejor que me diera una ducha y me metiera en la cama.

El agua caliente acabó de relajarme, cuando me enfundé el pijama me di cuenta de que era de seda natural, una delicia al roce con la piel. Unos toques en la puerta interrumpieron mi examen del pijama. Abrí la puerta con cautela. Era Ash, aún no se había cambiado de ropa, llevaba algo en la mano que me alargó, al principio no me di cuenta de qué era.

- Tu pasaporte.- me dijo.

Lo cogí en un gesto mecánico.

- Estaba entre mis cosas, ¿no lo habías echado en falta?

De pronto me di cuenta de mi situación, a solas con el hombre que más me atraía en la Tierra, en un vaporoso pijama y tarde en la noche, la vergüenza asomó por enésima vez por mi cara y mi cuello.

- No…digo sí, claro…pero, pensé que ya dormías, no quería molestarte.- fue lo primero que se me ocurrió decir, ni siquiera estaba pensando.

Él avanzó haciendo desaparecer el espacio que nos separaba. Sentí mis piernas flaquear.

- Athena…- susurró, su cálido aliento rozándome el cuello- no me mientas…no me mientas nunca…

- Lo siento…- dije en voz baja. No podía decir nada más, me faltaba el aire.

- No lo sientas…quiero tu promesa, no me mientas nunca Athena, no podría soportarlo.

Sentía que me envolvía su aura, una energía como la que sentí la noche anterior cuando pensé que iba a besarme, era extraña, atrayente, pero también peligrosa, apenas le conocía y cada vez que se había acercado a mí me había rendido a él, tan fácilmente que me costaba creerlo. Tenía la mente llena de telarañas y confusa…una promesa…sin duda.

- Te lo prometo Ash…sin mentiras…

Se apartó de mí, el aire me llegó de nuevo a los pulmones, definitivamente me afectaba demasiado su proximidad.

- Es tarde…deberías descansar.

- Claro…me voy a dormir.

Antes de cerrar la puerta creí verle por el rabillo del ojo en el marco de la suya observándome con una expresión extraña. Me fui directa a la cama, me quedé dormida casi enseguida.

lunes, 6 de septiembre de 2010

CAPÍTULO DIEZ (II)

No supe qué decir, al menos ahora entendía porqué me dijo aquel “por fin nos conocemos” en la boda de Luz. Ya quería que trabajara para él, fue todo preparado, qué tonta haber pensado en aquello como algo romántico.
- Aún así, no me conoces.- insistí.
- Dame la oportunidad…¿qué puedes perder?
Cierto…¿qué puedo perder?. En realidad no tenía nada que decidir, pues ya lo había hecho la noche anterior sin dudarlo, pero no quería que el pensara que había sucumbido tan pronto.
- Está bien, probemos y a ver qué pasa.- sonreí, él me devolvió la sonrisa.
- ¿Podemos ya disfrutar de la cena?- dijo riendo.
- Podemos.- no pude evitar reír con él, y por fin empezamos a comer.
- Menos mal.- dijo.- Porque ya me moría de hambre.
Sería porque ya no pesaba sobre mí la tensión sobre el tema del trabajo, sería porque el vino había cumplido con su cometido relajándome, o sería porque por primera vez en mucho tiempo sentía cierto cosquilleo en el estómago, daba igual por lo que fuera, no recordaba una velada igual en mi vida. Ash no dejaba de hacerme reír con sus anécdotas, me asombraba con sus conocimientos, parecía conocer tanto sobre tantas cosas que no podía evitar admirarle. Seguramente en más de un momento debí mirarle totalmente embobada, sólo esperaba que él no lo hubiese notado. Casi sin darme cuenta me encontré frente a una deliciosa mousse de chocolate, estaba deliciosa, no tardó mucho en desaparecer.
- ¿Te ha gustado la cena?- preguntó Ash.
- Me ha encantado, gracias por la invitación.- dije educadamente.- No sólo el sitio es precioso, la comida es tan buena o más como la fama que tiene.
- Me alegra saberlo Athena, ¿qué tal un brindis?- propuso.
Al instante apareció un camarero con una botella de champán fría y dos copas. Para ser justos habría que decir que no sólo el lugar y la comida eran de lo mejor, el servicio estaba totalmente a la altura, siempre tan atentos para que nada faltase en la mesa, era asombroso. Enseguida la botella fue impecablemente abierta y las dos copas servidas sin derramar ni una gota.
- ¿Y por qué brindamos?- quise saber.
Ash se quedó pensativo unos segundos mirando las burbujas del champán, finalmente alzó su copa, yo hice lo mismo.
- Por el alcance de nuestros sueños.
- Por el alcance de nuestros sueños.- repetí, y chocamos nuestras copas. Mientras bebía un sorbo del dorado líquido pensé en el extraño brindis, pero enseguida se despertó en mí la curiosidad, ¿qué sueños tendría un hombre como Ash Lastor que aparentemente lo tenía todo? Más misterio añadido…
- Ahora deberíamos descansar.- dijo Ash.
Sería que tenía la cabeza un poco achispada, pero creo que no lo había entendido bien, ¿descansar ahora?
- Mañana salimos a primera hora hacia Nueva York.
Creo que en ese momento se me pasó todo el efecto de vino y el champán de repente.
- ¿Qué?- debía estar de broma.
- Lo sé, es precipitado, siento no habértelo dicho antes, pero quería que pasaras una velada tranquila.
La incredulidad se debía reflejar en mi cara, no me lo podía creer, ¿Nueva York? ¿Mañana a primera hora? Imposible, tenía que volver a casa y hacer las maletas, y aún así seguiría siendo imposible, tenía el pasaporte caducado.
- Escúchame Athena. Está todo arreglado, no tienes que preocuparte por nada.- si intentaba tranquilizarme no estaba funcionando.
- No lo entiendes, tendría que volver a casa y hacer las maletas, y aún así…
- No necesitas maletas, volveremos el martes, apenas estaremos un día.
- No puedo irme con esta ropa.- protesté.
- Me he tomado la libertad de hacerte comprar toda la ropa necesaria para estos dos días, la ha elegido una estilista amiga mía, también te he mandado comprar un neceser completo con productos de aseo, cosméticos y todo lo necesario para el cuidado femenino. No me he olvidado tampoco de los zapatos y los complementos. Lo tienes todo esperándote en tu habitación arriba. Espero que sea de tu gusto.
Demasiada información para asimilar tan rápido. Sólo se me ocurrió decir:
- No sé si me puedo permitir pagarte todo eso.
- Considéralo todo como dietas laborales, recuerda que ahora trabajas para mí, y soy yo el que no se puede permitir una asistente personal con la indumentaria inadecuada debido a mi falta de… planificación temporal.
- No tengo pasaporte.- seguro que eso tampoco lo había planificado, y la verdad, cada vez tenía más ganas de hacer ese viaje, de empezar a trabajar con él, es sólo que estaba siendo toda tan precipitado…
- También me he tomado la libertad de arreglar tu pasaporte, tienes los papeles en tu habitación esperando a que los firmes…perdona que todo haya tenido que ser tan precipitado- explicó.
- ¿Cómo…?- no salía de mi asombro, este hombre era increíble, o más que increíble, era poderoso, estaba muy impresionada.
- Tengo amigos en la embajada.- sonrió…cuando sonreía así bien podía olvidarme de Nueva York, maletas, pasaportes,…- Me debían un par de favores.- me guiñó un ojo.
- Ajá…- respondí.- Entonces veo que está todo arreglado.
- Todo. Será mejor que subamos.
De pronto me acordé que había mencionado unas habitaciones un par de veces en la conversación, debía referirse a las que había en La Mer, pero esta vez sí que no podía ser, ¡había una lista de espera de años!, aunque si había conseguido arreglar lo de mi pasaporte... Antes de que pudiera preguntar él me respondió.
- La Mer es mío…pero no se lo digas a nadie, no me gusta alardear de mis posesiones.- me dijo casi en un susurro.
Podría decir que me sorprendió la revelación, pero lo cierto es que no, esa noche había sobrepasado mi límite, de él podría creer cualquier cosa a partir de ahora, cualquier cosa.
Se levantó y me ofreció su mano en uno de sus cada vez más familiares gestos caballerosos, la cogí, estaba sorprendentemente cálida, sentí como si me atravesara una descarga eléctrica, él también debió de sentirlo, porque por unos instantes nos quedamos de pie mirándonos fijamente, no sé qué se reflejaría en mi cara, pero en la suya asomaba una expresión de ligera sorpresa acompañada de una media sonrisa.
-Señor, está todo listo arriba.- nos interrumpió la voz de quien supuse uno de los trabajadores del lugar.- ¿Serían tan amables de seguirme?
- Por supuesto.- contestó Ash aún mirándome a los ojos.
Con algo de desgana soltó mi mano y me indicó que siguiera al empleado, él se colocó a mi espalda cerrando la marcha. Subimos una escalera de madera tallada, y después de dos giros a la derecha nos encontramos frente a un largo pasillo, al final del cual estaban nuestras dos habitaciones, puerta frente a puerta. El empleado abrió ambas y nos dejó en el umbral.
- Señor, la limusina estará abajo a las seis de la mañana para trasladarles al aeropuerto. El desayuno se les subirá a las cinco y cuarto, si necesitan cualquier cosa más sólo tienen que pedirla, estoy a su disposición.- dijo.
- Muchas gracias, por ahora es todo, buenas noches.- le despidió Ash.

jueves, 2 de septiembre de 2010

CAPÍTULO DIEZ: A la luz de las velas.

A las nueve en punto un coche negro y deportivo paró bajo mi ventana, me aparté de ella por reflejo. Tenía que ser él. Entonces sonó mi móvil. Sí, era él. Lo cogí.

- ¿Bajas?

- Enseguida.- contesté.

Cuando salí del portal de mi edificio él me esperaba fuera del coche, en cuanto me vio abrió la puerta del acompañante y con un gesto de la mano me invitó a entrar. Hasta que no estuve muy cerca del coche no me di cuenta de que era nada más y nada menos que un Aston Martin. Ash Lastor exhalaba no sólo un perfume embriagador por todos sus poros sino también mucha clase. Al llegar a su altura me saludó.

- Athena…estás preciosa.- dijo cogiéndome la mano para ayudarme a subir al coche.

Me sonrojé, como ya era de esperar con él.

- Gracias.- dije casi mirándome los zapatos.

Cerró mi puerta y se subió él también al coche.

- Espero que tengas hambre.- dijo sonriéndome- ¿hambre? Tenía el estómago hecho un ovillo.

Arrancó el coche y enseguida nos metimos en el tráfico nocturno de la ciudad, mientras conducía, Ash me echaba miradas de reojo y me sonreía de vez en cuando.

- ¿Dónde vamos?- quise saber.

- Tranquila…¿confías en mí?- y puso su mano sobre la mía, y como quien no quiere la cosa me sentí más relajada- sólo quiero que tengamos una agradable cena y una buena conversación.

Qué podía yo decirle, si ahora me lo pidiera me iría con él al fin del mundo, así de loca me estaba volviendo. Y ni siquiera le conocía.

- ¿Sobre trabajo?- pregunté- ¿por qué quieres contratarme?.Ash redujo un poco la velocidad del coche y me miró directamente a los ojos.

- Debe ser porque he oído hablar demasiado bien de ti y me gustaría comprobarlo por mí mismo…o quizás sólo sea por esos ojos dorados tuyos…o quizá sólo sea que estábamos destinados a conocernos … ¿crees en el destino Athena?

-No…no sé…tal vez…- me estaba hechizando de nuevo, tenía que tener cuidado, sino al acabar la noche estaría locamente enamorada de él.

-Yo sí creo…creo que estábamos destinados a conocernos.- dijo él.

Volvió a concentrarse en la carretera, y el coche comenzó a rodar más deprisa. Habíamos dejado la ciudad atrás. Subió el volumen de la música, Chris Isaac inundó el interior del coche con Wicked game, era la canción perfecta para acompañar un misterioso viaje con un misterioso acompañante.

Durante más de media hora no dijimos una palabra, no sé en qué pensaba él, si es que estaba pensando algo, yo por mi parte tenía un torbellino en la cabeza, por un lado no dejaba de preguntarme dónde me llevaba, por otro intentaba concentrarme en cosas coherentes, lo que fuera con tal de no perder la cabeza en aquel coche por culpa de esa esencia embriagadora que emanaba de él, no entendía porqué, pero me sentía irremediablemente atraída por ese hombre al que apenas conocía.

Por fin aminoró la velocidad y giró a la izquierda, metiéndose por un tortuoso camino, un pequeño cartel pintado a mano indicaba que el Restaurante La Mer estaba a siete kilómetros. No lo podía creer, ¿me llevaba a un restaurante exclusivo de lujo para hablar de trabajo? Sólo lo había visto en una ocasión, ni siquiera llevaba la organización de aquel evento, por ese entonces aún estaba aprendiendo, pero Leo quiso que le acompañase para que cogiera experiencia, me quedé asombrada al ver el lugar. La Mer era un nombre bastante irónico para un lugar que se hallaba en el corazón de un bosque, aunque era un restaurante con unas pocas habitaciones para pasar la noche no lo parecía para nada, se asemejaba más a una gran cabaña que utilizaran los guardabosques como refugio que lo que realmente era. A pesar de que no era partidaria de alterar de esa forma un medio ambiente tan encantador, la verdad es que el lugar estaba muy a tono con el medio que lo rodeaba, me recordaba en cierto modo a la cabaña de los enanitos de Blancanieves, sólo que en el interior no nos esperaban ellos, sino unos amables camareros, y Ash no era el Príncipe Encantador, ni yo Blancanieves, pero esa noche no me importaba serlo.

Estacionó el coche en el pequeño aparcamiento.

- Ya hemos llegado.- me anunció.

- ¿No es un poco ostentoso para hablar de trabajo?- pregunté un poco intimidada.

- Todo a su tiempo Athena- me sonrió- ¿Tienes hambre ya?

Lo cierto era que nada, aún así le dije que sí.

Entramos en el restaurante, enseguida nos recibió el maître y nos llevó a una de las mesas, una de las más apartadas. El ambiente dentro era íntimo y acogedor, en el centro de la mesa había tres velas encendidas, el mantel era de seda roja, a juego con las servilletas, también había una botella de vino de una marca muy distinguida, y dos copas para servirlo, el mismo maître abrió la botella y nos llenó las copas, luego se retiró.

- ¿Te gusta el lugar?- me preguntó Ash.

- Sí, es encantador.- admití.

- ¿Habías venido antes verdad?

- Sólo una vez, por trabajo.- le expliqué.

- Con Leo.- afirmó.

- Sí, me trajo él para que aprendiera cómo manejar recepciones diplomáticas, por aquel entonces llevaba poco tiempo trabajando en la empresa, le pareció una buena ocasión para enseñarme algo sobre protocolo.

- Bueno, hoy será diferente- prometió- Quiero que te relajes y disfrutes la cena.

Como por arte de magia aparecieron dos camareros de la nada, uno llevaba una nueva botella de vino y el otro empujaba un carrito lleno de platos de delicioso aspecto, de pronto sentí una punzada de hambre. Lo sirvieron todo en la mesa en un tiempo record. De nuevo estábamos solos, con la cena por delante. Mi primera cena con Ash…mi futuro jefe.

- ¡Que aproveche!- dijo Ash.

No pude contenerme.

- ¿Y exactamente en qué consistiría mi trabajo?

Me miró y empezó a reír.

- Hasta que no te lo diga no te vas a relajar ¿verdad?

- Podría intentarlo, pero no creo que lo consiguiera.- le desafié.

- Está bien, te lo diré entonces, pero tienes que prometer que después disfrutaremos la cena y el resto de la noche.

- Prometido.

Se inclinó un poco sobre la mesa, en gesto confidente.

- Tu trabajo consistiría en no perderme de vista, tendrías que viajar conmigo, asistir a todas mis reuniones, llevar mi agenda al día, atender clientes, solucionar problemas…en fin, ser mi sombra, mi mano derecha.

Ante mi expresión de asombro siguió explicándome.

- Necesito una persona eficiente, responsable, en la que pueda confiar, y con una disponibilidad total, y creo que eres esa persona.

- ¿Cómo puedes creerlo? Ni siquiera me conoces.- dije algo abrumada.

- Ya te dije que creo en el destino, él ha hecho que nuestros caminos se hayan cruzado.

- Pero yo jamás he hecho el tipo de trabajo que necesitas, no creo que tenga la suficiente preparación.

- La tienes de sobra, no es mucho más complicado que el trabajo que ya hacías para Leo.

- Pero yo…

Me interrumpió.

- Confío en ti Athena…además, me he preocupado de hacer los deberes, ¿por qué crees que tenía tantas ganas de conocerte?.- sonrió.

- ¿Qué deberes?- pregunté.

- Te sigo la pista desde el mismo momento en el que corrió el rumor de que abandonabas tu empresa, lo sé todo sobre ti…profesionalmente hablando.

domingo, 29 de agosto de 2010

CAPÍTULO NUEVE (II)

Acabé de recoger la habitación y por segunda vez me despedí de Luz y de Jerome. Antes de irme Luz me dijo que si necesitaba cualquier cosa la llamase, no importaba dónde estuviera, pero que no lo dudara. Para tranquilizarla le dije que no sería necesario, pero que prometía hacerlo en caso de extrema emergencia, a veces Luz tiene algunas extrañezas que no podría explicar, pero era un gran detalle por su parte estar disponible para mí en su Luna de Miel.

De camino a casa, mientras conducía, iba pensando en las palabras de Luz sobre Ash, la verdad es que todas eran buenas, no sé porqué Leo me había prevenido sin razón aparente, quizá sólo hablaban los celos. De pronto caí en la cuenta de que el hombre que hablaba con Jerome antes de la boda en el hall de la mansión era Ash, no me había dado cuenta antes, bueno, si conocía a Luz era normal que conociese a Jerome también.

Al llegar a casa lo único que de lo que tenía ganas era de tirarme en el sofá, era consciente de que tenía una pequeña maleta de ropa que ordenar, pero estaba cansada de la noche anterior, la dejaría por el momento. Y sobre todo, tenía una llamada que hacer, me moría de ganas de llamar, pero lo pospuse para la tarde, no quería parecer muy ansiosa. Finalmente sucumbí y me quedé en el sofá, en algún momento debí quedarme dormida porque cuando desperté había pasado la hora de comer y casi la de merendar, eran las siete de la tarde. Como tenía un poco de hambre me preparé un sándwich, que acompañé con una coca-cola, después me llevé la maleta al dormitorio.

Lo primero que vi al abrirla fue la tarjeta que Ash me había dado la noche anterior, me quedé un rato mirándola sin hacer nada, intentando recordar en qué momento la había puesto ahí, estaba convencida de que la había guardado en el bolsito que había llevado en la boda, justo al volver de nuestro encuentro en el jardín exterior a la carpa, y estaba tan segura de que estaba en ese bolso porque la había guardado con cuidado, temerosa de perderla. El caso es que ahí estaba, ¿sería buen momento para llamar? Él me había dicho que podía llamarle a cualquier hora, que estaría esperando mi llamada, pero no sería tan tonta como para creerme eso. Eché la maleta a un lado de la cama y me senté, suspiré y me preparé mentalmente. Le llamaría ahora mismo. Fui a por mi móvil al salón. Con la tarjeta en una mano y el móvil en la otra marqué su número, me sudaban las manos y tenía el estómago contraído por los nervios, era increíble lo que este hombre provocaba en mí.

Apenas habían sonado dos tonos cuando descolgó. Me sentía la boca seca.

- Athena…esperaba tu llamada.- de nuevo su voz acariciante, no perdía ni un ápice de sensualidad por teléfono.

- Buenas tardes Señor Lastor…siento no haber llamado antes.- fue lo único que se me ocurrió decir.

- Ash…- dijo él.

- ¿Sí?

- Athena, llámame Ash…- esa voz….

- Ash…

- Cena conmigo esta noche.

- ¿Cenar…esta noche..?- por Dios, ¿es que no era capaz de otra cosa que de repetir sus palabras? Pensará que soy estúpida.

- Por favor….- insistió.

- Claro…

- Te recogeré a las nueve…¿te parece bien o necesitas más tiempo?- preguntó.

- No, a las nueve estará bien.- le aseguré. Y ya podía correr yo si quería estar decente a esa hora, pero me daba igual, no quería que pensara que soy de esas mujeres que necesitan medio día para estar listas.

- ¿Dónde tengo que ir a recogerte?

Le di mi dirección y me prometió una vez más estar puntual bajo mi ventana. Se despidió con un “Hasta muy pronto” y colgó. Yo me quedé como diez minutos sentada en mi sofá, mirando al vacío, preguntándome si por una vez me pasaba algo realmente excitante o si sólo estaba soñando. ¿Tenía una cita con mi futuro jefe o sólo era una entrevista de trabajo?. Lo que fuese desde luego era en menos de dos horas, y yo tenía que arreglarme. Ahora era uno de esos momentos en los que tenía el armario lleno de ropa y nada que ponerme.

Preferí no perder más tiempo delante del armario, me fui directa al baño, podría seguir pensando mientras me duchaba. Intenté calmar mis nervios con una ducha templada, pero la verdad es que tenía todas las fibras de mi cuerpo a flor de piel, así que intenté concentrarme en enjabonarme bien el pelo y en dejar que el agua me aliviara la tensión. Cuando acabé la ducha ya sabía qué me iba a poner, no quería ir demasiado formal, pero tampoco demasiado informal, así que opté por unos vaqueros ajustados blancos y una blusa con mangas al codo de rayas blancas y azul marino, con escote de pico, y unos tacones de salón azul marino de tacón fino y alto. El resultado en el espejo me gustó, era elegante pero discreto. Para completarlo me dejé el pelo suelto, algo de maquillaje y mi bolso XL blanco. A las nueve menos cuarto estaba lista. Justo a tiempo. Apagué las luces del apartamento y me asomé a mi ventana para verle llegar.