No supe qué decir, al menos ahora entendía porqué me dijo aquel “por fin nos conocemos” en la boda de Luz. Ya quería que trabajara para él, fue todo preparado, qué tonta haber pensado en aquello como algo romántico.
- Aún así, no me conoces.- insistí.
- Dame la oportunidad…¿qué puedes perder?
Cierto…¿qué puedo perder?. En realidad no tenía nada que decidir, pues ya lo había hecho la noche anterior sin dudarlo, pero no quería que el pensara que había sucumbido tan pronto.
- Está bien, probemos y a ver qué pasa.- sonreí, él me devolvió la sonrisa.
- ¿Podemos ya disfrutar de la cena?- dijo riendo.
- Podemos.- no pude evitar reír con él, y por fin empezamos a comer.
- Menos mal.- dijo.- Porque ya me moría de hambre.
Sería porque ya no pesaba sobre mí la tensión sobre el tema del trabajo, sería porque el vino había cumplido con su cometido relajándome, o sería porque por primera vez en mucho tiempo sentía cierto cosquilleo en el estómago, daba igual por lo que fuera, no recordaba una velada igual en mi vida. Ash no dejaba de hacerme reír con sus anécdotas, me asombraba con sus conocimientos, parecía conocer tanto sobre tantas cosas que no podía evitar admirarle. Seguramente en más de un momento debí mirarle totalmente embobada, sólo esperaba que él no lo hubiese notado. Casi sin darme cuenta me encontré frente a una deliciosa mousse de chocolate, estaba deliciosa, no tardó mucho en desaparecer.
- ¿Te ha gustado la cena?- preguntó Ash.
- Me ha encantado, gracias por la invitación.- dije educadamente.- No sólo el sitio es precioso, la comida es tan buena o más como la fama que tiene.
- Me alegra saberlo Athena, ¿qué tal un brindis?- propuso.
Al instante apareció un camarero con una botella de champán fría y dos copas. Para ser justos habría que decir que no sólo el lugar y la comida eran de lo mejor, el servicio estaba totalmente a la altura, siempre tan atentos para que nada faltase en la mesa, era asombroso. Enseguida la botella fue impecablemente abierta y las dos copas servidas sin derramar ni una gota.
- ¿Y por qué brindamos?- quise saber.
Ash se quedó pensativo unos segundos mirando las burbujas del champán, finalmente alzó su copa, yo hice lo mismo.
- Por el alcance de nuestros sueños.
- Por el alcance de nuestros sueños.- repetí, y chocamos nuestras copas. Mientras bebía un sorbo del dorado líquido pensé en el extraño brindis, pero enseguida se despertó en mí la curiosidad, ¿qué sueños tendría un hombre como Ash Lastor que aparentemente lo tenía todo? Más misterio añadido…
- Ahora deberíamos descansar.- dijo Ash.
Sería que tenía la cabeza un poco achispada, pero creo que no lo había entendido bien, ¿descansar ahora?
- Mañana salimos a primera hora hacia Nueva York.
Creo que en ese momento se me pasó todo el efecto de vino y el champán de repente.
- ¿Qué?- debía estar de broma.
- Lo sé, es precipitado, siento no habértelo dicho antes, pero quería que pasaras una velada tranquila.
La incredulidad se debía reflejar en mi cara, no me lo podía creer, ¿Nueva York? ¿Mañana a primera hora? Imposible, tenía que volver a casa y hacer las maletas, y aún así seguiría siendo imposible, tenía el pasaporte caducado.
- Escúchame Athena. Está todo arreglado, no tienes que preocuparte por nada.- si intentaba tranquilizarme no estaba funcionando.
- No lo entiendes, tendría que volver a casa y hacer las maletas, y aún así…
- No necesitas maletas, volveremos el martes, apenas estaremos un día.
- No puedo irme con esta ropa.- protesté.
- Me he tomado la libertad de hacerte comprar toda la ropa necesaria para estos dos días, la ha elegido una estilista amiga mía, también te he mandado comprar un neceser completo con productos de aseo, cosméticos y todo lo necesario para el cuidado femenino. No me he olvidado tampoco de los zapatos y los complementos. Lo tienes todo esperándote en tu habitación arriba. Espero que sea de tu gusto.
Demasiada información para asimilar tan rápido. Sólo se me ocurrió decir:
- No sé si me puedo permitir pagarte todo eso.
- Considéralo todo como dietas laborales, recuerda que ahora trabajas para mí, y soy yo el que no se puede permitir una asistente personal con la indumentaria inadecuada debido a mi falta de… planificación temporal.
- No tengo pasaporte.- seguro que eso tampoco lo había planificado, y la verdad, cada vez tenía más ganas de hacer ese viaje, de empezar a trabajar con él, es sólo que estaba siendo toda tan precipitado…
- También me he tomado la libertad de arreglar tu pasaporte, tienes los papeles en tu habitación esperando a que los firmes…perdona que todo haya tenido que ser tan precipitado- explicó.
- ¿Cómo…?- no salía de mi asombro, este hombre era increíble, o más que increíble, era poderoso, estaba muy impresionada.
- Tengo amigos en la embajada.- sonrió…cuando sonreía así bien podía olvidarme de Nueva York, maletas, pasaportes,…- Me debían un par de favores.- me guiñó un ojo.
- Ajá…- respondí.- Entonces veo que está todo arreglado.
- Todo. Será mejor que subamos.
De pronto me acordé que había mencionado unas habitaciones un par de veces en la conversación, debía referirse a las que había en La Mer, pero esta vez sí que no podía ser, ¡había una lista de espera de años!, aunque si había conseguido arreglar lo de mi pasaporte... Antes de que pudiera preguntar él me respondió.
- La Mer es mío…pero no se lo digas a nadie, no me gusta alardear de mis posesiones.- me dijo casi en un susurro.
Podría decir que me sorprendió la revelación, pero lo cierto es que no, esa noche había sobrepasado mi límite, de él podría creer cualquier cosa a partir de ahora, cualquier cosa.
Se levantó y me ofreció su mano en uno de sus cada vez más familiares gestos caballerosos, la cogí, estaba sorprendentemente cálida, sentí como si me atravesara una descarga eléctrica, él también debió de sentirlo, porque por unos instantes nos quedamos de pie mirándonos fijamente, no sé qué se reflejaría en mi cara, pero en la suya asomaba una expresión de ligera sorpresa acompañada de una media sonrisa.
-Señor, está todo listo arriba.- nos interrumpió la voz de quien supuse uno de los trabajadores del lugar.- ¿Serían tan amables de seguirme?
- Por supuesto.- contestó Ash aún mirándome a los ojos.
Con algo de desgana soltó mi mano y me indicó que siguiera al empleado, él se colocó a mi espalda cerrando la marcha. Subimos una escalera de madera tallada, y después de dos giros a la derecha nos encontramos frente a un largo pasillo, al final del cual estaban nuestras dos habitaciones, puerta frente a puerta. El empleado abrió ambas y nos dejó en el umbral.
- Señor, la limusina estará abajo a las seis de la mañana para trasladarles al aeropuerto. El desayuno se les subirá a las cinco y cuarto, si necesitan cualquier cosa más sólo tienen que pedirla, estoy a su disposición.- dijo.
- Muchas gracias, por ahora es todo, buenas noches.- le despidió Ash.