domingo, 29 de agosto de 2010

CAPÍTULO NUEVE (II)

Acabé de recoger la habitación y por segunda vez me despedí de Luz y de Jerome. Antes de irme Luz me dijo que si necesitaba cualquier cosa la llamase, no importaba dónde estuviera, pero que no lo dudara. Para tranquilizarla le dije que no sería necesario, pero que prometía hacerlo en caso de extrema emergencia, a veces Luz tiene algunas extrañezas que no podría explicar, pero era un gran detalle por su parte estar disponible para mí en su Luna de Miel.

De camino a casa, mientras conducía, iba pensando en las palabras de Luz sobre Ash, la verdad es que todas eran buenas, no sé porqué Leo me había prevenido sin razón aparente, quizá sólo hablaban los celos. De pronto caí en la cuenta de que el hombre que hablaba con Jerome antes de la boda en el hall de la mansión era Ash, no me había dado cuenta antes, bueno, si conocía a Luz era normal que conociese a Jerome también.

Al llegar a casa lo único que de lo que tenía ganas era de tirarme en el sofá, era consciente de que tenía una pequeña maleta de ropa que ordenar, pero estaba cansada de la noche anterior, la dejaría por el momento. Y sobre todo, tenía una llamada que hacer, me moría de ganas de llamar, pero lo pospuse para la tarde, no quería parecer muy ansiosa. Finalmente sucumbí y me quedé en el sofá, en algún momento debí quedarme dormida porque cuando desperté había pasado la hora de comer y casi la de merendar, eran las siete de la tarde. Como tenía un poco de hambre me preparé un sándwich, que acompañé con una coca-cola, después me llevé la maleta al dormitorio.

Lo primero que vi al abrirla fue la tarjeta que Ash me había dado la noche anterior, me quedé un rato mirándola sin hacer nada, intentando recordar en qué momento la había puesto ahí, estaba convencida de que la había guardado en el bolsito que había llevado en la boda, justo al volver de nuestro encuentro en el jardín exterior a la carpa, y estaba tan segura de que estaba en ese bolso porque la había guardado con cuidado, temerosa de perderla. El caso es que ahí estaba, ¿sería buen momento para llamar? Él me había dicho que podía llamarle a cualquier hora, que estaría esperando mi llamada, pero no sería tan tonta como para creerme eso. Eché la maleta a un lado de la cama y me senté, suspiré y me preparé mentalmente. Le llamaría ahora mismo. Fui a por mi móvil al salón. Con la tarjeta en una mano y el móvil en la otra marqué su número, me sudaban las manos y tenía el estómago contraído por los nervios, era increíble lo que este hombre provocaba en mí.

Apenas habían sonado dos tonos cuando descolgó. Me sentía la boca seca.

- Athena…esperaba tu llamada.- de nuevo su voz acariciante, no perdía ni un ápice de sensualidad por teléfono.

- Buenas tardes Señor Lastor…siento no haber llamado antes.- fue lo único que se me ocurrió decir.

- Ash…- dijo él.

- ¿Sí?

- Athena, llámame Ash…- esa voz….

- Ash…

- Cena conmigo esta noche.

- ¿Cenar…esta noche..?- por Dios, ¿es que no era capaz de otra cosa que de repetir sus palabras? Pensará que soy estúpida.

- Por favor….- insistió.

- Claro…

- Te recogeré a las nueve…¿te parece bien o necesitas más tiempo?- preguntó.

- No, a las nueve estará bien.- le aseguré. Y ya podía correr yo si quería estar decente a esa hora, pero me daba igual, no quería que pensara que soy de esas mujeres que necesitan medio día para estar listas.

- ¿Dónde tengo que ir a recogerte?

Le di mi dirección y me prometió una vez más estar puntual bajo mi ventana. Se despidió con un “Hasta muy pronto” y colgó. Yo me quedé como diez minutos sentada en mi sofá, mirando al vacío, preguntándome si por una vez me pasaba algo realmente excitante o si sólo estaba soñando. ¿Tenía una cita con mi futuro jefe o sólo era una entrevista de trabajo?. Lo que fuese desde luego era en menos de dos horas, y yo tenía que arreglarme. Ahora era uno de esos momentos en los que tenía el armario lleno de ropa y nada que ponerme.

Preferí no perder más tiempo delante del armario, me fui directa al baño, podría seguir pensando mientras me duchaba. Intenté calmar mis nervios con una ducha templada, pero la verdad es que tenía todas las fibras de mi cuerpo a flor de piel, así que intenté concentrarme en enjabonarme bien el pelo y en dejar que el agua me aliviara la tensión. Cuando acabé la ducha ya sabía qué me iba a poner, no quería ir demasiado formal, pero tampoco demasiado informal, así que opté por unos vaqueros ajustados blancos y una blusa con mangas al codo de rayas blancas y azul marino, con escote de pico, y unos tacones de salón azul marino de tacón fino y alto. El resultado en el espejo me gustó, era elegante pero discreto. Para completarlo me dejé el pelo suelto, algo de maquillaje y mi bolso XL blanco. A las nueve menos cuarto estaba lista. Justo a tiempo. Apagué las luces del apartamento y me asomé a mi ventana para verle llegar.

miércoles, 25 de agosto de 2010

CAPÍTULO NUEVE: Un Domingo especial.


Aquella mañana tras la boda de Luz, al abrir los ojos tuve la sensación de tener toda mi vida por delante, estaba feliz. Mi último trabajo había salido a la perfección, había ganado una nueva y gran amiga, y la sensación de vacío, de miedo al futuro había desparecido por completo, y todo porque había aparecido un misterioso extraño en mi vida, con el que apenas si había hablado más de veinte minutos. Ash Lastor había puesto mi vida boca abajo, y lo mejor de todo es que no me importaba, ese hombre había removido dentro de mí algo que había dormido muy profundo. Al evocar sus negros ojos y su mirada sentía la piel de la cara arder, parecía haber vuelto a los quince años de nuevo, a la época del primer amor adolescente, así era exactamente como me sentía…pero no, no podía enamorarme de él, sería mi jefe, igual que Leo, y las reglas que me había marcado con Leo tendrían que ser las mismas, sino sería una hipócrita y una injusta con él, pero…¿qué podía hacer con lo que ese hombre había hecho resurgir de mí? Tendría que ocultarlo como fuera, además, ni siquiera sabía si estaba casado, si tenía pareja, o en el mejor de los casos, si yo le atraía en lo más mínimo.

Por fin me arranqué a mí misma de la cama y abrí la ventana, como siempre en Junio brillaba el sol y hacía calor, pero para mí era una delicia, adoraba el verano con todas sus consecuencias. No sabía si bajar a desayunar primero y disfrutar un poco del aire libre antes de recoger mis cosas y volver a casa, o bien al contrario, recoger primero y desayunar después. Al final opté por lo primero, normalmente soy una persona ordenada, me gusta tenerlo todo recogido y en su sitio, pero hoy estaba perezosa y soñadora, preferí dejar las obligaciones para después, así que me puse unos pantalones cortos y una camiseta y bajé a por ese desayuno. Cuál no fue mi sorpresa al encontrarme a los recién casados sentados en la mesa del jardín.

- ¿Y vosotros qué hacéis aún aquí?- pregunté sorprendida.

- ¡Buenos días Athena!.- saludó Luz- ¿Desayunas con nosotros?

Enarqué las cejas en gesto interrogativo.

- Han retrasado el vuelo, nos iremos dentro de cuatro horas.- explicó sonriente.

- Ahm, estupendo entonces, me siento con vosotros- me senté en una de las bonitas sillas de jardín- Por cierto Luz, antes de irme me gustaría agradecerle a tu padre su hospitalidad conmigo, me he sentido mejor que en mi propia casa.- dije mientras me servía un buen vaso de zumo de naranja recién exprimido.

- No te preocupes Athena, no hay nada que agradecer, ya te consideramos parte de esta familia, esta es también tu casa.

- Pero yo…

Con un gesto de la mano me mandó callar.

- Anda, desayuna tranquila.- dijo.

Durante el resto del desayuno hablamos sobre el viaje de Luna de Miel que Jerome y Luz estaban a punto de emprender, era desde luego un viaje de ensueño, dos meses alrededor del mundo, no sabía cómo había conseguido Luz apartar tanto tiempo a Jerome de su trabajo, pero el caso es que lo había conseguido. La envidiaba, de una forma sana, por supuesto, se les veía tan felices juntos…de pronto me di cuenta de cuánto me había cambiado la perspectiva en temas amorosos desde que conocí a Luz, casi todo mi cinismo se había esfumado, volvía a creer después de mucho tiempo, casi desde Laura y Aidan, quizá mi corazón empezaba a abrirse y a estar preparado, o quizá era el impacto que había Ash tenido sobre mí. Aparté esos pensamientos, no podía permitirme enamorarme de él. Me levanté, ya había acabado el desayuno y el tiempo de ocio mañanero, tenía una habitación que recoger.

- Chicos, os dejo, voy a subir a recoger mis cosas, sino corréis peligro de que me quede aquí a vivir.

- Sabes que puedes quedarte todo lo que quieras.- me dijo Luz.

- Prefiero no acostumbrarme.- dije riendo, cuando ya iba casi entrando de nuevo en la casa me volví.

- Luz…¿tienes algo que hacer ahora?- le pregunté.

- La verdad es que no, ya estaba todo preparado para salir de todas formas.

- Jerome, ¿te importa prestármela un ratito?- le pedí.

- Claro que no, es toda tuya, porque luego será dos meses toda mía…- y la besó.

- ¡Gracias!- miré a Luz- Te espero arriba, ¿vale?

- Sí, yo también quiero hablar contigo sobre algo.- me guió un ojo.

Cinco minutos más tarde tenía a Luz conmigo en la habitación.

- ¿Qué pasa Athena?- preguntó.

- No, nada…quería aprovechar un poquito contigo antes de que os vayáis.- mentí.

- Pues yo creo que no es eso.- Luz siempre tan intuitiva.- Suéltalo que no soy tonta Athena.

Me dejé caer en la cama.

- Tienes razón, no es eso.- admití.

- ¿Qué es entonces?

Me incorporé.

- ¿Qué sabes de Ash Lastor?- pregunté con mucha cautela.

Luz abrió la boca y me señaló con dedo acusador.

-¡Tuuuu! ¡Pequeña rompecorazones!- me acusó.- ¡Lo sabía! ¡Por eso Leo estaba tan celoso!

- No, yo no….

- ¡Oh sí, tú sí!- dijo riendo.- Primero Leo y ahora Ash, pero bueno, te entiendo, ese hombre es realmente guapo como un demonio.

- Sí…lo es- dije suspirando- Pero no, oye, escucha, no es nada de eso…

- ¿Qué hacíais tan solos anoche fuera de la carpa?- preguntó.

- Hablar.- era la verdad.

- Hablar…¿hablar de qué?- seguía con un tono de incredulidad total.

- Trabajo.- la vi abrir los ojos con desconcierto.- Sí, salió la conversación y le dije que tu boda era mi último trabajo, que yo misma lo había dejado, y fue muy amable, me ofreció trabajar para él…y le dije que sí, pero ahora me doy cuenta de que no sé nada sobre él, y pensé que a lo mejor tú me podrías contar algo…

- Ash Lastor…si te digo la verdad Athena no es mucho lo que te puedo contar sobre él, es una persona discreta, se mueve en la alta sociedad, tiene mucho dinero, grandes inversiones y grandes empresas, es un hombre de poder, el Golden Club es suyo, pero es apenas una muy pequeña parte de todas sus posesiones…y no, no se le conoce ningún romance, no está casado ni tiene pareja.

- Ajá…- algo dentro de mí suspiro de alivio ante esa última parte de la información que me había suministrado Luz, procuré que ella no me lo notase.

- Así que no podría decirte qué tipo de trabajo tendrá en mente ofrecerte, pero seguro que uno bueno.- sonrió.- Siento no poder decirte más…bueno, excepto que es un hombre generoso, educado y amable, algo chapado a la antigua en algunos detalles… al menos conmigo siempre lo ha sido. Desde que se asoció en varios negocios con mi padre le he visto más o menos frecuentemente por casa, a mí al menos me cae bien.

- Ajá…- volví a asentir.

- Tranquila, si mi padre confía en él no veo porqué no habrías de confiar tú.

- Claro.- sonreí.

domingo, 22 de agosto de 2010

CAPÍTULO VIII (II)

- ¿Qué es lo que ha hecho buen hombre?.- le pregunté.

Abrió los ojos desmesuradamente y se aferró al cuello de mi falsas vestiduras de sacerdote.

- Le he desafiado.- dijo- He creado un artilugio que no respeta las leyes del tiempo…y por ello arderé en el infierno…- me soltó y volvió a recostarse.

- ¿Qué clase de artilugio es?- le interrogué de nuevo.

Tardó unos segundos en contestarme.

- Está a buen recaudo…nadie jamás podrá usarlo. Sé quién eres…puedo ver tus alas negras, no eres el primero que ha venido a visitarme…

Me enfurecí, no había hecho un largo viaje para que un loco que había tenido una idea brillante arruinara mis esperanzas.

- Dime dónde está…- le pedí suavemente.- Es vital para mí tenerlo.

- Eso dijo también tu hermano… no te lo daré, lo ha recibido una familia que no sabe el poder que tiene, y que estará para siempre protegida por una hermandad, cuyos miembros morirán por protegerlo, a él y al que lo posea. Ni tú ni tu hermano lo tendréis nunca...es la única forma que tengo de que Él me perdone…

- Te perdonará, es misericordioso.- intenté convencerle.

- Si lo fuera no estaríais aquí…

Tenía razón.

- Es la primera vez que le ruego a un ser humano desde que murió…- me interrumpí, no quería decir su nombre, no en aquel lugar oscuro con olor a muerte.- Te lo ruego anciano, entrégamelo, dime dónde está.

- He creado algo malvado…¿no lo entendéis? Se necesita la sangre inocente del que lo posea para que funcione…no puedo permitirlo…¿serías capaz de matar por él?

No pude menos que esbozar una sonrisa irónica.

- Anciano, si sabes quién soy sabrás que llevo a mis espaldas más muerte y sangre de la que jamás podrían imaginar tus ojos, ¿qué significaría una muerte más para mí? Mucho más si esa sangre me abre las puertas del cielo.

- Si quieres volver tendrás que buscar otro camino.- dijo jadeando, apenas quedaba vida en su cuerpo.

- Me temo que no tengo otro.- dije en voz baja.

Alargué mi mano para coger la suya, estaba fría, respiraba con mucha dificultad. No me diría dónde estaba el artilugio, no me diría nada más, se llevaría el secreto consigo a la tumba, pero ese anciano había encendido una luz de esperanza en mi vida, lo encontraría, tenía todo el tiempo del mundo para hacerlo.

- Gracias…- le dije.

- ¿Por qué? No te lo he dado…- apenas se escuchaba su voz.

- Pero me has dado esperanzas.- sonreí.- Él te perdonará…descansa en paz.

- Hay otra cosa…- susurró.

- ¿Qué otra cosa anciano?- pregunté.

Entonces exhaló su último aliento aferrado a mi mano. Ya nunca lo sabría. Maldije interiormente.

Esa misma noche inicié mi búsqueda, nada ni nadie me apartaría de ella, ni siquiera mi hermano. He dedicado mis energías y mis esfuerzos a encontrarlo, y ahora, dos siglos después siento que estoy tan cerca, que queda tan poco…

jueves, 19 de agosto de 2010

CAPÍTULO OCHO: Un ángel en tierra de hombres.

Muchos son los nombres que los hombres me han dado a lo largo de mi vida desde que decidí compartir la Tierra con ellos, ya que cuando se vive eternamente hasta tu propio nombre carece de importancia. Cuando se vive para siempre como yo, sin un objetivo, sin una esperanza, sin nada que ganar o perder, todo pierde su sentido, yo mismo era un sinsentido.

Al morir la Reina, mi Reina, me embargó el odio, la rabia, la impotencia. Decidí quedarme en Egipto, no quería abandonar el lugar donde la conocí, donde aún la sentía cercana y podía recordarla, donde podía visitar los lugares donde pasamos momentos felices. Seguí en su ejército porque de esa manera descargaba mi ira, hacia Dios sobre todo, mataba a sus criaturas en los campos de batalla, me bañaba en su sangre, y eran los únicos momentos en los que lograba algo de paz.

Llegó un momento en el que fui temido como el mismo Diablo, tanto por los pueblos extranjeros como por el que me había adoptado. Corrieron rumores acerca de pactos ilícitos con los dioses, por los cuales se me concedía eterna juventud y una fuerza sobrenatural, por ello decidí que había llegado la hora para mí de abandonar Egipto, era hora de irme lejos, de reinventar una nueva vida, una nueva identidad, de comenzar de nuevo, antes de que los rumores se extendieran mucho más, antes de que se dieran cuenta realmente que no había envejecido ni un solo día desde mi llegada.

La noche que abandoné Egipto visité la tumba de Hatshepsut en el Valle de las Reinas, en el cielo brillaba la luna llena, exactamente igual a la noche en que ella se fue, dejándome solo. Me arrodillé en la arena, frente al templo, y abrí los brazos hacia el cielo.

- Padre, perdóname…te abandoné, no imagino el dolor que pude causarte por ello, pero si el dolor que siento ahora se acerca aunque sea un poco apiádate de mí Padre…- ardientes lágrimas bañaban mi rostro.- Aceptaré cualquier castigo que quieras imponerme con tal que me dejes verla una vez más, y luego volveré para siempre a tu seno, te obedeceré ciegamente, juro que jamás volveré a traicionarte.

Reinaba el silencio.

- ¡Padre!- mi gritó resonó por todo el Valle de las Reinas.

De pronto una luz cegadora inundó mi cabeza, tan sólo duró unos pocos segundos, pero mi padre ya me había dado su respuesta. No había redención para mí, tenía que vivir la vida que había elegido, no había más opción.

Me incorporé. Miré de nuevo hacia el Templo, pues no estaba seguro de volver a verlo, y de pronto una visión del futuro cruzó mi mente: vi cómo el templo era saqueado por hombres con extrañas vestiduras, vi cómo se llevaban el cuerpo de la Reina, las riquezas, todo…no lo permitiría, podrían llevarse lo que quisieran, pero a ella no. Antes de darme ni siquiera cuenta de lo que estaba haciendo atravesé las puertas del templo, nadie osó cruzarse en mi camino, ni siquiera cuando arranqué las puertas de la cámara que guardaba su sarcófago. Tan sólo uno de los guardias tuvo el atrevimiento de dirigirme la palabra.

- ¡Señor…no puede hacer eso!.- dijo con voz casi estrangulada. En apenas un salto me puse a su lado, lo agarré por la garganta y lo alcé sin esfuerzo.

- ¡Si te pones en mi camino juro que te mataré, a ti y al necio que se atreva a intentarlo!- rugí.- ¡Me llevo a mi Reina!- lo solté, cayó al suelo como una piedra, en sus ojos había puro terror.

Todos los guardias huyeron despavoridos, nadie se interpuso en mi camino mientras abandonaba el templo con el sarcófago de Hatshepsut cargado en el hombro. La llevé al desierto y la enterré en las arenas lejos del Valle de las Reinas, nadie la encontraría jamás. Eso fue lo último que pude hacer por ella. Esa visión era la última concesión que me haría mi Padre. Allí solo, en medio del desierto recé una oración por ella y le di el último adiós. Aquella misma noche abandoné Egipto. Habían transcurrido diez años de la muerte de mi Reina.

Innumerables vidas se sucedieron desde que dejé el país en el que “nací”, luché en muchos ejércitos, conquisté incontables reinos, conocí a grandes reyes de la historia, emperadores, generales, filósofos, hombres de ciencia…y fui amado por muchas y bellas mujeres, pero ninguna tocó mi corazón. Jamás permanecí muchos años en el mismo sitio, jamás me permití establecer lazos con ningún ser humano, porque antes o después ese lazo se rompería, el destino de los humanos era morir algún día, el mío permanecer hasta el fin de los tiempos.

Los primeros siglos de mi vida los dediqué al arte de la guerra, en el cual destacaba siempre por encima de los demás, pero a medida que los humanos evolucionaban también yo evolucioné con ellos, y gracias a la fortuna amasada conquista tras conquista pude retirarme a una vida más apaciguada, que dediqué a estudiar y a aprender, viajé por todo el mundo y aprendí que el poder es de aquellos que ostentan las riquezas, no de los que ganan las batallas. Por aquel entonces mi fuego interior estaba más apagado, mi espíritu más resignado a morar entre mortales.

Aprendí sobre arte, música, literatura, ciencias, astrología…tenía sed de conocimientos, quería explotar al máximo aquella parte de los humanos, era fascinante ver todos sus descubrimientos, ver cómo la humanidad era cada vez más avanzada y sofisticada. A veces sentía nostalgia de mi Reina perdida y deseaba haber podido tenerla a mi lado y enseñarle lo que los humanos podían llegar a conseguir. Otra de las cosas que aprendí a lo largo de los años fue que no sólo la riqueza era poder, también lo era el conocimiento. Me dediqué a frecuentar a los hombres de poder, me mezclaba entre ellos discretamente, procurando no destacar, no despertar curiosidades que no podría explicar sobre mi persona, fuera donde fuese no me era difícil llegar a esas cumbres, quizá aún quedaba en mí algo de la esencia del ángel que una vez fui, que me permitía codearme con la alta sociedad, moverme entre ellos, quizá había algo que los atraía hacia mí.

Hacia el año 1.800, no recuerdo muy bien la fecha, recibí una noticia impactante, una que le dio un sentido distinto a mi vida, que me dio un objetivo por el que luchar. Por aquel entonces me encontraba viviendo en México cuando recibí una carta de mi hombre de confianza en Praga, Max, en ella me hablaba de un científico oscuro, del cual se decía que con ayuda de magia negra había inventado un artilugio que permitía viajar en el tiempo. Sin perder un segundo hice las maletas y emprendí el viaje de regreso, tenía que buscar a ese científico y a ese artilugio, a cualquier precio. Era mi único camino para ver de nuevo a Hatshepsut y volver luego al lugar al que pertenecía. Tenía que ser mío.

Cuando llegué a Praga Max había continuado con su investigación, averiguó que el científico vivía en Florencia, y que su estado de salud era extremadamente delicado. Temiendo que muriera antes de que llegase a Florencia viajé sin descanso día y noche. Una vez en la ciudad, convenientemente alojados, seguimos con la búsqueda de aquel hombre, tardamos dos semanas en dar con él, para entonces ya estaba moribundo y apenas hilaba palabras coherentes. Estaba en su lecho, se le veía enfermo y cansado, y sobre todo terriblemente asustado. Nos hicimos pasar por dos clérigos que iban a darle la extremaunción, pero sólo yo pasé a la habitación, los moribundos podían verme tal cual soy, y Max no sabía cuál era mi verdadera naturaleza.

- Que Dios me perdone por lo que he hecho.- dijo nada más verme.