martes, 29 de junio de 2010

CAPÍTULO DOS (III)

El aire de la calle era bastante fresco, pero no sería nada comparado con lo frío que sería en apenas un mes, no me gusta el frío, odio tener que ir escondida bajo capas de ropa normalmente de colores oscuros y poco favorecedores, no es que yo fuera una presumida que disfrutara llamando la atención, pero me gustaba muchísimo más el verano, me favorecía físicamente más, lo cierto es que tengo que reconocer que la naturaleza había sido muy generosa conmigo, me había dado unos grandes y bonitos ojos dorados, una melena y una piel a juego con el color de los ojos, unos pechos generosos, cintura estrecha, piernas torneadas y bien formadas, y todo ello combinado con una pequeña estatura, que hacen de mí una chica exuberante y atractiva a pesar de no ser una típica belleza alta, de piernas largas excesivamente delgadas y melena rubia brillante, una chica de verano, no una belleza de invierno, pero supongo que no se puede hacer nada por remediarlo, así es la naturaleza.

-¿Se puede saber en qué estás pensando?- preguntó mi jefe.

-¿Cómo sabes que estoy pensando en algo?-me reí.

-Por la cara que pones.

-Pues…pensaba que no me gusta el invierno…

Entramos en la cafetería, apenas había cuatro o cinco clientes, nos sentamos en una de las mesas pegada a la ventana y enseguida se acercó la camarera, una chica rubia artificial con las uñas demasiado rojas para mi gusto.

-¿Qué van a tomar?-nos preguntó.

-Una leche manchada- dije yo.

-Un café con leche-pidió Leo.

La camarera se fue a por los cafés y Leo volvió a preguntarme.

-¿Y por qué no te gusta el invierno?

- Hace frío y humedad, llueve, los días son cortos…lo típico, ¿es que a ti te gusta?

-Ayer me llamó Angie- a eso lo llamo yo un buen cambio de conversación.

-¿Tu ex mujer?- qué pregunta más tonta, por supuesto que era ella- ¿es que ya sabe…?

Leo me había puesto al corriente de su divorcio una tarde en la que al salir del trabajo nos tomamos una copa, imagino que me habló del tema porque en realidad no quería hablarlo con nadie de su familia, ni incluso sus amigos, cuando me lo contó entendí lo mal que debía estar pasándolo para estar allí sincerándose con una medio desconocida que para más pena era su empleada.

Leo y Angie se conocieron en el instituto, con apenas quince años se enamoraron locamente y empezaron a salir, luego se fueron juntos a la Universidad, y una vez licenciados decidieron casarse. Al principio todo iba de maravilla, como en todos los matrimonios de recién casados. Leo consiguió un empleo en Eventos y Celebraciones SA, sólo que por aquellos entonces no tenía lógicamente el cargo que ahora tiene, y Angie comenzó a trabajar de relaciones públicas en una filial de la empresa. Cada uno comenzó a desarrollar su propia carrera profesional y a volcarse en ella, de hecho tanto se volcaron que casi llevaban vidas separadas, en lo profesional empezaron a llegarles los éxitos, pero en lo personal el matrimonio iba camino del desastre total. Desastre que se materializó el día que el avión de Leo no pudo salir del aeropuerto debido a las malas condiciones meteorológicas y al llegar a casa encontró a Angie en la cama con el líder del partido político conservador, a quien Alicia conoció por temas de trabajo. Aquello, evidentemente, supuso el fin definitivo del matrimonio. Leo se marchó de la casa y alquiló un apartamento cerca del trabajo. Angie se quedaría en la casa hasta que la vendieran. Pero por si las cosas no podían ya ser peor Angei había descubierto que estaba embarazada…sólo que no sabía de quién, si de su futuro ex marido o de su actual amante. Y así se lo había dicho a Leo aquella mañana por teléfono.

De aquella llamada habían pasado cinco meses. Por eso pensé que el nacimiento podría haberse adelantado y Angie ya sabría por fin quién sería el padre del niño…o niña. Leo por su parte había pasado un par de meses realmente malos, pero se sumergía en su trabajo y desconectaba todo lo posible. Lo que le quitaba el sueño no era la traición de Angie ni su ruptura matrimonial, que el amor entre ellos hacía años que había desaparecido ambos lo sabían, sólo estaban esperando el mejor momento de poner el punto y final, pero siempre estaban demasiado ocupados para sentarse a hablar, lo que en realidad preocupaba a Leo era el asunto del niño, por un lado le hacía mucha ilusión ser padre, pero desde luego no en esta situación, y por la otra le horrorizaba ser el padre de la criatura, porque eso significaría estar unido para siempre a una mujer que no amaba y que le traicionó, al menos él le fue fiel siempre. Así que era un hombre dividido. Ni siquiera la había visto en esos cinco meses. Ella rehusó su más que considerado ofrecimiento de apoyo durante el embarazo, y ya hay que tener estómago para acompañar a tu futura ex mujer embarazada no se sabe de quién al ginecólogo, a veces pienso que Leo tiene demasiado buen corazón.

Y bueno, esa llamada era toda una sorpresa.

- Angie ha llamado para decirme que…volvamos a intentarlo.- ahí va eso, lo último que me podía esperar, casi me atraganto con la leche manchada que acababa de traer la camarera de las uñas color sangre…qué raro pensar en sangre ahora. Ante mi cara de interrogación Leo decidió seguir.

- Dice que me echa de menos, que ha sido una inconsciente. Que se arrepiente de haberme engañado, y que desea con todo su corazón que la niña sea mía…

Niña. Angie iba a ser madre de una niña. De verdad que no sabía qué decir, no sabía si alegrarme o no por él, y como aún no se sabía quién era el padre mejor me quedaba callada. Leo se pasó las manos por la cara y el pelo, un gesto que le veía hacer siempre que se sentía agobiado, y no era para menos.

- Tú ya sabes lo que pienso al respecto Athena. No quiero que esa niña sea mía… pero por otra parte sí lo deseo, ser padre es algo que siempre he querido, pero…no puedo volver con Angie. Si la niña es mía me haré cargo de ella por supuesto, pero no puedo volver con Angie, me engañó, jamás podría volver a confiar de nuevo en ella, yo no…no puedo…

- Leo, sabes que te entiendo perfectamente, mi ex novio también me engañaba, es de las peores cosas que te puede hacer tu pareja. Entiendo que no quieras volver con Angie, pero…¿estás seguro de que ya no la amas? Porque una cosa es que no quieras que te traicione otra vez y otra muy distinta que no la ames más.

Se tomó cinco segundos para respirar hondo y responder,

- No, no la amo Athena, y no hay vuelta atrás.

- ¿Y se lo has dicho a ella?

- No, le he dicho que hablaremos después de que nazca la niña, que ahora debe preocuparse por ella, no por mí. ¿Acaso habrías vuelto tú con tu ex novio después de haberte engañado con otra?- algo como una punzada de dolor me recorrió el pecho al recordar aquello, pero pasó enseguida.

Suspiré.

- Eso se llama echar balones fuera, pero supongo que tienes razón, es mejor que no le des ningún disgusto ahora. ¿Sabes? Eres todo un caballero Leo, Angie ha sido una idiota al perderte, la verdad es que no te merece. Pero yo que tú aprovecharía el tiempo pensando en qué es lo que realmente quieres.

Me sonrió.

- Anda, vámonos, que al final se nos va la mañana.

- Yo invito- cuando iba a empezar a protestar levantó una mano para hacerme callar- soy el jefe.-fin de la discusión.

domingo, 27 de junio de 2010

CAPÍTULO DOS (II)


Estaba consultando la agenda que tenía para la mañana: a las nueve cita con una de las mejores pastelerías de la ciudad para recoger catálogos sobre modelos, sabores, tamaños y un sinfín de otras variables de la tarta nupcial, a las once tenía que hacerle una visita a la empresa que se encargaba del montaje y acondicionamiento de la carpa nupcial para asegurarme de que tenía el diseño, las dimensiones correctas y que estaría montada a tiempo. Luz quería casarse en el bonito campo de golf del Golden Golf Club, a las afueras de la ciudad, un distinguido club al que acudían desde famosas estrellas de cine hasta políticos y gente adinerada que gustaba de alternar con ellos, lo más influyente de la sociedad, y dado que Dominic Latica se contaba entre ellos era de esperar que el gran día se celebrase allí. Mi siguiente cita era con Luz, había quedado con ella para almorzar y mostrarle los catálogos de las tartas nupciales. Tenía la esperanza de que Luz eligiese alguna idea de entre todos los modelos que hubiese en los catálogos, para que se pudiera empezar lo más pronto posible el diseño de la tarta.

De pronto el sonido de una puerta al cerrarse me sobresaltó, al girarme se me escapó un suspiro de alivio.

-Ah, eres tú, me habías asustado- era Leo, también llegaba temprano.

- Perdona, no quise asustarte…ni siquiera sabía que estabas aquí…son las siete ¿qué haces aquí tan temprano?

-Umm, pues no sé…¿trabajar tal vez?

Leo me miró un momento algo desconcertado.

-Athena, sé que la boda de Luz Latica es uno de los eventos más importantes que hemos organizado hasta la fecha, y lo estás llevando tú sola, me consta que te estás matando a trabajar, no sé, quizá necesites un poco de ayuda, ¿quieres que le pida a Tina que te ayude con la boda?

Sé que Leo confiaba en mí, que sólo pretendía ayudarme, pero la verdad, mejor se hubiera quedado callado.

-Leo, ¿piensas que no seré capaz de hacerlo sola?

- Eeeh…no, claro que no Athena, sé que eres más que capaz, es sólo que…no importa, pensé que te vendría bien un poco de ayuda extra, olvida que te lo he dicho.-genial, ahora me sentía culpable.

- Bueno, te lo agradezco Leo, de verdad. Si necesito que alguien me eche una mano te lo diré.- y le puse mi mejor sonrisa, o la mejor que se puede tener a las siete de la mañana después de haber dormido bastante poco, a veces tengo pesadillas muy raras, pero bueno, sólo son sueños.

- Como tú quieras.- y el también sonrió- ¿qué tal si te invito a un café?¿ O estás muy apurada de tiempo?.

-No, está bien, vayamos a por ese café.

Cogí mi abrigo del respaldo de mi silla y apagué el ordenador, total, ya no volvería hasta la tarde. Salimos de la oficina y cogimos el ascensor, a esa hora tan temprana el edificio estaba casi deshabitado, a excepción del conserje y del personal de limpieza, nunca antes me había parado a pensar que esa gente se levantaba más temprano que el resto de nosotros para no molestarnos luego durante la jornada laboral, tiene mérito eso de limpiar casi de madrugada, mucho mérito.

El aire de la calle era bastante fresco, pero no sería nada comparado con lo frío que sería en apenas un mes, no me gusta el frío, odio tener que ir escondida bajo capas de ropa normalmente de colores oscuros y poco favorecedores, no es que yo fuera una presumida que disfrutara llamando la atención, pero me gustaba muchísimo más el verano, me favorecía físicamente más, lo cierto es que tengo que reconocer que la naturaleza había sido muy generosa conmigo, me había dado unos grandes y bonitos ojos dorados, una melena y una piel a juego con el color de los ojos, unos pechos generosos, cintura estrecha, piernas torneadas y bien formadas, y todo ello combinado con una pequeña estatura, que hacen de mí una chica exuberante y atractiva a pesar de no ser una típica belleza alta, de piernas largas excesivamente delgadas y melena rubia brillante, una chica de verano, no una belleza de invierno, pero supongo que no se puede hacer nada por remediarlo, así es la naturaleza.

miércoles, 23 de junio de 2010

CAPÍTULO DOS: De los preparativos para una boda.



Creo en el destino. Creo que todo lo que nos ocurre en esta vida tiene un motivo, un porqué, una razón de ser.

Mi vida no era perfecta, como tampoco lo es la de nadie, pero la verdad es que no podía quejarme de ella en absoluto. Había luchado muchísimo por conseguir todo lo que ahora tenía, se podría decir que lo tenía todo, o casi todo, la felicidad completa es difícil de alcanzar, por no decir que pienso cada día más en que es sólo otro de los mitos inventados por la humanidad.

No, no podía quejarme, es más, no tenía derecho a quejarme. Pero inevitablemente a veces me quejaba.

Me llamo Athena, tengo casi 30 años, y he vivido los últimos diez al lado de alguien que jamás me mereció en absoluto, rompimos hace más de un año, sólo a veces me asalta una cierta nostalgia, no es que le eche de menos, no es eso, quizá eche de menos que alguien me esté esperando en casa cuando vuelvo del trabajo, tener a alguien con quien compartir ciertos momentos, quizá es sólo que la soledad no siempre es una buena amiga, pero a pesar de todo no tengo aún las fuerzas o las ganas para considerar enamorarme de nuevo, no, no por ahora.

Afortunadamente mi trabajo me deja poco tiempo para pensar, ser organizadora de eventos en una de las mejores empresas del país es algo que me enorgullece y me mantiene ocupada gran parte del tiempo. Mi trabajo es también mi pasión, sencillamente nací para esto, es lo que mejor sé hacer, a veces pienso que lo único, simplemente me encanta. Mi jefe, Leo, no es mucho mayor que yo, y eso hace que el trabajo sea más distendido, y aunque a veces es estresante hasta el máximo Leo siempre tiene ánimos para todos.

Leo, mi jefe. Increíblemente atractivo, al estilo de Hugh Jackman , tiene a todas las chicas de la oficina pendientes de cada una de sus entradas y salidas del despacho, jóvenes o mayores, todas las cabecitas se giran en cuanto llega por la mañana, cuando se marcha por la tarde (raro acontecimiento, porque siempre sale el último de la oficina) y siempre que sale de su guarida-despacho para cualquier cosa. Evidentemente él es consciente de esta admiración femenina colectiva, y creo que aunque siempre parece algo incómodo en el fondo le gusta ser el centro de atención de todas ellas, sí, y digo ellas, porque al contrario que las demás a mí no me fascinaba en absoluto su físico, a ver, mentiría si dijera que no era uno de los hombres más atractivos que había conocido, pero la cuestión era que no me atraía en absoluto, y era un tema que a veces me preocupaba, porque ¿y si se había roto algo dentro de mí para siempre?.

De cualquier manera, y dejando aparte sus grandes ojos verdosos y su pelo castaño, Leo era una persona que me gustaba mucho, era amable, trabajador, y un buen amigo. En los cuatro años que llevaba trabajando para la empresa habíamos forjado además de una relación profesional una cierta relación personal, a veces desayunábamos juntos en la cafetería de la acera de enfrente de la oficina, y en un par de ocasiones nos tomamos una copa al salir del trabajo, así que más o menos estábamos al corriente de nuestras vidas, cosa que me había granjeado miradas de envidia por parte de mis compañeras, y algún guiño de complicidad a Leo por parte del personal masculino de la empresa, sobre todo desde que rompí con mi novio, noticia que corrió como la pólvora por la oficina en cuanto se dieron cuenta de que ya no llevaba el anillo de prometida en el dedo anular de mi mano izquierda. Leo por su parte estaba divorciado, lo que le añadía aún más atractivo, lo que nadie sabe es lo mucho que sufrió con aquel divorcio, así que no creo que él pueda calificarlo de atractivo. Lo cierto es que a pesar de lo que puedan pensar los demás entre Leo y yo no hay nada más allá de una amistad, y a pesar de que es mi jefe es una de las mejores personas que he conocido. Sé que es difícil que tu jefe sea también tu amigo, pero de alguna manera lo hemos conseguido, y funciona, y espero que siga funcionando.

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Aquella mañana llegué temprano a la oficina, estaba en medio de un caos con la boda de la hija de Dominic Latica, un magnate de los negocios, presidente y dueño de una de las mayores empresas de exportación del país, cuya hija, Luz Latica, se casaba con un joven diplomático de algún país exótico (nunca conseguía recordar de cuál), y la organización del gran acontecimiento había ido a parar a manos de mi empresa, y finalmente a mí, por ser la que tenía más experiencia en el área, según expuso Leo en la reunión que acabó con mi designación como “jefa del evento”. Así que allí estaba yo ahora, con el mayor proyecto que había manejado en mi vida entre manos, trabajando catorce horas al día a marchas forzadas para que el gran día de Luz no tuviese el menor desliz. Tengo que reconocer que me asaltó el pánico cuando supe que me habían dado esta boda, me temblaron las rodillas al pensar en que tendría que lidiar con una de las más caprichosas, ricas y volubles herederas de estos tiempos, pero resultó que pese a todo lo que publica la prensa rosa sobre ella no era tan insoportable como parecía, lo que me alivió muchísimo, para ser franca, ya me las veía comprando una soga y ahorcándome al segundo día de trabajo con ella, y eso contando con que sobreviviese a ese segundo día.

Luz Latica resultó ser una gran sorpresa en sí misma. A pesar de todo lo que se decía y publicaba sobre ella, juergas nocturnas, borracheras, caros caprichos y un extenso historial de diversas demandas, lo que se dice una joya de chica vamos, pero resultó que Luz había ido a topar con la horma de su zapato, o lo que es lo mismo, el amor, desde que comenzó a salir con su prometido, Jerome Ascott, literalmente era otra mujer, su comportamiento cambió de la noche a la mañana, dejó de ser una niña rica consentida y caprichosa a ser una mujer reservada y discreta, según ella misma me dijo en nuestra primera entrevista “el amor la había cambiado”, yo reconozco que fui algo mala cuando pensé “¿por cuánto tiempo?, lo sé, me he vuelto algo escéptica en cuanto a amor se refiere, pero me lo he ganado a pulso, es mi derecho.

domingo, 20 de junio de 2010

CAPÍTULO UNO (II)


Caí a la Tierra en Egipto, en el año 1.460 a. C., durante el reinado la Reina Hatshepsut. Fue ella misma la que me encontró inconsciente en uno de sus jardines de palacio y ordenó llevarme a sus habitaciones, donde fui atendido, curado de mis heridas, alimentado, aseado y perfumado. Nadie osó cuestionar a la Reina sobre mi presencia, quién era y cómo había llegado hasta allí no era asunto de nadie más que de ella.

En esas habitaciones permanecí durante tres días y tres noches. Por el día la Reina me visitaba, me contaba historias sobre su reino, sus antepasados, admiraba mi hermosura, acariciaba mi pelo azabache, las facciones de mi cara, se maravillaba ante la perfecta armonía y fortaleza de mi cuerpo, la negrura de mis ojos, jugaba con la piel de mi espalda, provocándome extrañas sensaciones que no había tenido jamás, llevándome al límite para luego dejarme frustrado. La tercera noche mi amada ordenó conducirme a sus habitaciones, y durante las horas de oscuridad fui iniciado en el arte del amor físico, y la amé aún más. Mi total existencia giraba en torno a ella. Si Hatshepsut conocía mi verdadera naturaleza jamás dijo palabra alguna sobre ello, ella debía saberlo, pero guardaba mi secreto y me protegía con su silencio.

En aquellos momentos yo era un ser nuevo, con todas las sensaciones por experimentar. Cualquier cosa significaba una novedad, había todo un mundo de emociones ante mí. Dedicaba las horas de luz a descubrir el mundo en el que había decidido por propia voluntad morar por toda la eternidad, y las noches a practicar las artes amatorias con mi bella Hatshepsut. Fueron los años más felices que jamás conocí.

Ella hizo de mí la criatura más dichosa de la Tierra. Lideré su ejército, conquistando tierras en su nombre, protegiéndola de sus enemigos, secando sus lágrimas, acompañando sus sonrisas, velando su sueño. Pero mientras yo crecía, aprendía y me fortalecía a lo largo de los años, Hatshepsut iba gastando su vida, y aunque la marcha del tiempo se grababa en su piel yo la seguía viendo como aquella muchacha de diecinueve años que me encontró en sus jardines y me enseñó todo lo que sabía del mundo a través de sus ojos. Pero indudablemente el tiempo me la iba arrancando de las manos, y yo no podía hacer nada para evitar arrebatársela.

Finalmente llegó el día en el que Hatshepsut abandonó palacio, cediendo el trono a Tutmosis III, y se trasladó a su templo en el Valle de las Reinas, frente a Luxor, con tan sólo unos pocos sirvientes. Estaba cansada y enferma, y sabía que le quedaba poco, lo cual aumentaba aún más mi desesperación, quería salvarla, quería pasar la eternidad junto a ella, pero no sabía cómo, sólo Dios tenía ese poder, y yo era un desterrado en el Reino de los Cielos, sin derecho a nada, mucho menos a pedir. No me quedaba más alternativa que resignarme a perderla para siempre. Y fue entonces cuando conocí el significado del dolor infinito, no como el que infringe una herida, sino uno profundo, agudo, sangrante, que no tiene principio ni fin, sin esperanza.

Se fue de noche. La Historia cuenta que Hatshepsut murió sola, los historiadores no siempre conocen toda la verdad. Hatshepsut no estaba sola aquella noche pues ella murió en mis brazos. Sus últimas palabras, que se perdieron en el viento de aquella luna oscura fueron para mí…las recuerdo perfectamente…

- Acércate…- me llamó con voz débil haciendo un ademán con la mano.

Me coloqué al lado de su lecho y tomé su mano. Estaba muy pálida, y muy fría.

- Chss…no hables mi amor.- le acaricié la frente, tenía el tacto del mármol.

Apretó mi mano y se incorporó en un último esfuerzo en el que derrochó la poca energía que quedaba en su cuerpo, su rostro quedó muy cerca del mío. Entonces me habló por última vez.

- Anubis me está esperando…no me queda mucho tiempo ya.- su voz se quebraba al mismo tiempo que yo me quebraba por dentro.- Sé lo que eres…siempre lo he sabido… y ahora…ahora veo tus hermosas alas negras- una lágrima se derramó por su mejilla.-…fuiste el mejor regalo que la diosa Isis me concedió…

- Hatshepsut…- las lágrimas me corrían ardientes por el rostro. De pronto ardía en deseos de explicárselo todo, de decirle qué era, de dónde venía, por qué estaba en la Tierra, de decirle que ella lo era todo… pero me puso un dedo en los labios y frenó el torbellino de mis pensamientos.

- No hay tiempo… yo comprendo- y lo hacía, lo vi en sus ojos que se iban alejando de mí-…me voy…pero siempre te amaré…siempre estarás en mi corazón…te esperaré en la otra vida…- pero yo no tendría otra vida, sólo tenía una eterna en la Tierra, donde ella iba yo jamás podría alcanzarla, la realidad de este hecho me golpeó duramente, pero callé, decírselo habría sido una crueldad.

La besé por última vez, y allí, en su lecho, sostenida por mis brazos fui testigo único de su último aliento. Hatshepsut se había ido para siempre, habían pasado treinta y cuatro años desde que me rescató en su jardín, que ahora se me antojaba demasiado lejano y cálido en contraste con el frío, la oscuridad y la soledad que ahora me rodeaban.

Recosté a Hapshepsut en el lecho y me maravillé ante la elegancia serena que presentaba su rostro aún en la muerte. La miré una última vez para grabar cada detalle de ella en mi mente, y entonces me fui.

Salí del templo y tropecé con la luz de la luna llena que inundaba el Valle de las Reinas y hacía resplandecer el Templo de Hapshepsut, ahora convertido en su tumba y última morada…mi bella Hapshepsut…el dolor volvió a encogerme el corazón.

No tenía hogar, no tenía patria, no tenía un lugar al cual volver, nadie me esperaba en ninguna parte…

Por primera vez desde que cayera a la Tierra estaba solo, total y terriblemente solo…